Hace unos días Estudiantes de baloncesto pasó por Illunbe ofreciendo una imagen desangelada y ajena al santo y seña del equipo tradicional del Ramiro de Maeztu. En aquel instituto de la madrileña calle de Serrano otrora competía un conjunto al que era difícil batir, porque a las virtudes propias se unía el apoyo irreductible de los jóvenes aficionados que se hacían llamar "la demencia" y que en sus orígenes acudían a los partidos con Garibaldi, un esqueleto del laboratorio de ciencias.
Tengo la sensación que permanece más recuerdo e historia que real presencia. Sobre la cancha ya no hay referentes. Quedán atrás los Mtnez. Arroyo, Díaz Miguel, Aíto, Sagi-Vela, Azofra, Reyes o Carlos Jiménez. Aquellos respondían a las señas de identidad que hoy el equipo no ofrece.
La imagen del grupo sobre la cancha donostiarra el pasado domingo se prolongaba también hacia el banquillo. La cara del entrenador Pepu Hernández era la clara expresión de la tristeza. Probablemente, cuando su equipo perdió desde el principio el partido, barruntara que sus horas en el club estaban contadas. Dicho y hecho, el técnico laureado ya no entrena al Estudiantes. Su sustituto será Trifón Poch.
Hernández fue el seleccionador que hizo campeón del mundo al baloncesto español. Estaba en todas las portadas como uno de los héroes. Escribió incluso un libro cuyo contenido, por excesivamente personalista, no le gustó nada a un amigo que tengo y que se relaciona con el manejo de los grupos, el coaching y demás conceptos de autoestima, autoconfianza…
En tiempos de dificultad, tanto en el Estudiantes como en muchos otros clubes, será bueno hacer ejercicios de autocrítica, recordar cuáles han sido las virtudes tradicionales, lo mejor de cada entidad, y buscarlas de nuevo como una base sólida de futuro. Seguro que se corren menos riesgos y se mejora el rendimiento.