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La soledad de Heynckes

La final de Champions League ya dispone de protagonistas. Ingleses de Chelsea, Alemanes de Munich. No era el partido previsto. Unos y otros dejaron en la estacada a Barça y Real Madrid, en principio llamados a protagonizar el partido más esperado del año. Ambos conviven con la decepción de un fracaso que no entraba en sus cálculos. El fútbol es así y los pronósticos se equivocan muchas veces.

El partido del Bernabeu, por lo acontecido la víspera en el Camp Nou, amplió las alternativas. Ausente el Barça de la final, quien accediera a ella se toparía con un fútbol diferente y más asequible. Así que Real Madrid y Bayern se liaron en sus cosas, firmando un primer tiempo para enmarcar y sumiéndose después en los pasillos del miedo y las estrategias calculadas. Con las fuerzas menguando y con los penaltis en el horizonte, el reloj fue devorando minutos a la espera del momento culminante.

Los lanzamientos desde los once metros enseñaron fortalezas y carencias, aunque lo prioritario era ganar la tanda. Los alemanes fueron más efectivos que los madrileños y son aquellos quienes jugarán por ganar el trofeo que además se anuncia en su terreno.

Me fijé en Jupp Heynckes. Había ganado con el Madrid la Copa de Europa en 1998. Al concluir el partido le dejaron sólo. Ni uno solo de sus jugadores y personas del banquillo fue capaz de abrazarle. No siguió como entrenador, pese a ganar el título continental. Pasados catorce años, le llega una nueva oportunidad. Estaba feliz y además sintiendo el cariño de los suyos que compartieron con él la alegría de acceder a una final. Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío. Seguro que por sus venas no corre el rencor, pero cercano a cumplir setenta se encuentra, por su valentía táctica, con la posibilidad de reivindicarse.

Iñaki de Mujika