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¿Asunto sólo de colores?

Estas tardes calurosas en las que no te apetece nada que no sea una galerna que baje las temperaturas y las deje con el mercurio donde debe estar, animan a tirarse en un sofá y seguir un partido de tenis que se juega en Madrid. La pista azul con Nadal y Verdasco sobre ella.

Los aficionados al tenis y los que no lo son conocen que hasta ese momento el madrileño no le ha ganado jamás al manacorí. Son dos jugadores diferentes tanto en la forma de jugar al tenis como en el comportamiento sobre la pista. El partido será como al mejor de tres sets. El primero cae para Fernando. El segundo lleva la firma de Rafa. El tercero y definitivo alcanza un empate a cinco juegos. Hace calor, aprieta la chicharra. A Nadal se le ve descentrado y quejoso, sin disfrutar. Verdasco, que había dado señales de desequilibrio se rehace y gana el partido.

Se tira al suelo, se reboza y se quita por fin el peso que lleva encima desde hace tantos años. Nadal le espera en la red. Le felicita, le saluda, recoge los trastos y se va al vestuario. El vencedor llora de emoción, saluda al respetable y busca la ducha con ansia. Parece un pitufo porque el color celeste lo impregna todo, incluso los labios con los que acaba de besar el suelo.

Después de ducharse y con el pelo aún mojado, Nadal se reúne con los periodistas que le esperan y les deja boquiabiertos. “O cambian la pista o no vuelvo”. Felicitó a su oponente “porque ha sido mejor que yo”. Afirmó haber llegado a Madrid mucho antes que nunca para adaptarse. “No pienso asumir riesgos. Me voy con la cadera cansada. Muy a mi pesar hay dos opciones: o se cambia o no vengo. No es una rabieta. Es una desgracia para mí. Me voy a Roma con una desconfianza que no debo después de haber trabajado por lo contrario”.

El torneo sigue pero deja jirones en el camino. Nadal es mucho cartel para cualquier torneo que se precie. Deja una patata caliente a los organizadores y a la ATP con la que mantiene un pulso que no parece ser únicamente una cuestión de colores.

Iñaki de Mujika