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La derrota imprevista

Cada vez que se disputa un partido importante, todo el mundo se transforma y apuesta por la victoria. No hay una sola voz discordante. Jamás aflora un pensamiento en dirección contraria a la euforia. Quien más quien menos deja volar sus sueños y se imagina el mejor de los momentos.

El Athletic jugó la final de Bucarest y la perdió, porque en el fútbol eso puede pasar. Su rival cuenta con mayor experiencia a nivel colectivo e individual. Dos años atrás había vivido una situación análoga y supo manejarla. En el lado vizcaíno, no había tiempo para otra cosa que no fuera ilusionarse con un gran partido, uno como el de las grandes tardes de Manchester o Lisboa, o como una noche mágica en San Mamés.

Pero apareció Falcao que si es muy bueno con los pies demuestra que la cabeza no le va a la zaga. Metido en el partido hasta las cachas asumió su cuota de responsabilidad y decisión para hacer lo que todos los suyos esperaban. Dos tremendos goles. A partir de ahí afloraron las realidades y asomaron los miedos latentes, esos a los que nadie quiere hacer caso, pero que están ahí, siempre dispuestos a convertirse en protagonistas.

El tiempo fue pasando, las ocasiones no se materializaban y los segundos caían como mazazos. Empiezas a creer que todo se va a escapar de las manos como el agua entre los dedos y el rival que va ganando se crece. Final y disgusto.

Es entonces cuando alguien, probablemente el entrenador, deba volver con los suyos al punto de partida e invitarles a no pensar demasiado en lo sucedido, entre otras cosas porque no hay vuelta atrás. El Athletic dispone a corto plazo de otro gran reto, otra final que va a ser distinta, simplemente por la forma de jugar del oponente. El dolor de la derrota debe servir de acicate para afrontar otro reto por mucho que ahora cueste volver a empezar. La derrota inesperada o imprevista se presenta cuando menos lo deseas y te remite a una cruda realidad.

Iñaki de Mujika