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Bodas de oro

El Bidasoa cumple cincuenta años desde que un grupo de pioneros decidió dar vida a una institución. Ni en sueños pudieron pensar que alcanzarían los éxitos que forman parte de su ejemplar historial deportivo. Cuando los irundarras comenzaron a jugar al balonmano lo hacían en un frontón descubierto, sin vestuarios ni porterías que se guardaban entonces en un garaje cercano y que cada día de competición debían llevar a hombros los protagonistas del partido.

Los años y la suma de esfuerzos obraron el milagro. Esta semana se han cumplido veinticinco años del primer título de liga. El club había abandonado el viejo Uranzu para estrenar el coqueto Artaleku, el polideportivo de las grandes gestas, allí donde se consiguieron ligas y copas de Europa. Queda lejos en el tiempo pero vigente porque los chocolateros se convirtieron en el primer club vasco en lograr un título continental. En balonmano eso supone ser el mejor equipo del mundo.

Pero en tan larga travesía se suceden los grandes momentos y los que no lo son. Tiempos de bonanza y tiempos de dificultad. Riqueza y penuria. Es fácil quedarse con lo mejor y presumir de ello, pero valoro también las gestiones menos brillantes y plagadas de desasosiego. Unos y otros con su esfuerzo han hecho posible traer el club hasta aquí y que el Bidasoa cumpla cincuenta años, las bodas de oro.

Es el tiempo de desempolvar los viejos archivos, las fotos descoloridas, los uniformes antiguos y obsoletos. Es el momento de reencontrarse con las imágenes más emotivas. El balonmano es consustancial a Irún, como lo es también el Bidasoa para las generaciones más jóvenes, las que abarrotaban el pabellón y recibían a los protagonistas como héroes.

Ahora  todo es mucho más complejo. Los recursos económicos son los que son, pero siempre perdura el capital humano, ese al que se aferra para mantener el tipo en medio de las zozobras. Es importante saber de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde podemos ir. En el deporte actual esto es un valor. Bidasoa lo debe aprovechar y explotar aprovechando el tirón del oro de sus colores y de la historia.

Iñaki de Mujika