Las redes sociales colgaron el lunes por la tarde un vídeo con las imágenes del ciclista Samuel Sánchez. En ellas se le ve tratando de alcanzar el autobús del equipo, andando a duras penas, con dificultad, y con claros gestos de dolor. A su alrededor gente que mira con cara de pena y preocupación.
El corredor de Euskaltel cayó al suelo poco más adelante del kilómetro 50 de la primera etapa de la Dauphiné Liberé. Le dolía el costado y parte de la espalda. Habló con su director y decidió seguir. Le quedaban por delante 140 kilómetros para alcanzar la meta. Junto a él dos compañeros, Peio Bilbao y Ricardo García Ambroa que le ayudaban a llegar hasta Saint Vallier. Tardaron veintitrés minutos más que el pelotón.
En ese rato es seguro que la cabeza del asturiano dió mil vueltas a la realidad y a los temores. En menos de un mes se juega la temporada con el Tour de Francia y los juegos de Londres. Conviene no olvidar que en la cita olímpica deberá defender la medalla de oro conseguida en Bejing hace cuatro años.
Todos los deportes, el ciclismo en particular, están sometidos a imprevistos, circunstancias que echan por tierra los planes pergeñados. La estrategia diseñada en torno a un líder muchas veces debe cambiar sobre la marcha porque realidades no entrenables terminan por decidir la suerte de un equipo y sus objetivos en esta o en cualquier otra carrera.
No tiene suerte el conjunto naranja. Primero fue Igor Antón que ahora vuelve en Suiza y ahora Samuel Sánchez cuya evolución, no se detectan fracturas, la comprobaremos estos días. Lo que está fuera de toda duda es el pundonor del asturiano que se pegó una paliza de sufrimiento en los referidos 140 kms. de ayer. Si el asturiano no tuviese claro que su voluntad era llegar hasta el final de la prueba, sería de locos el calvario padecido. En el ciclismo, ya lo dijo un día Jacques Anquetil…”Quien concede una tregua al dolor pierde la carrera”.