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La casa de Dalí

Salvador Dalí y su esposa Gala dormían en camas separadas. Si miras de frente, el marido en la izquierda y la señora en la derecha. El pintor dispuso un sistema para poder ver a través de un espejo los primeros rayos de sol que asomaban por el horizonte en las luminosas mañanas de Port Lligat, lugar elegido junto a Cadaqués para construir un edificio que a veces se estrecha entre laberintos y a veces se inunda de luz a través de ventanales.


En el taller sólo quedan dos cuadros inacabados, porque el resto sorprende en las paredes del Museo de Figueres. Sobre la pequeña bahía con las barcas de los pescadores sopla una agradable brisa en día de poco calor. La visita está muy bien organizada, en grupos de ocho personas, que deben reservar con anterioridad la compra de los billetes, eligiendo con exactitud la hora en la que quieres conocer el mundo personal en el que se movía el artista.

El bocadillo de pan tumaca con jamón nos supo a gloria mientras daban las dos de la tarde. Compartimos recorrido con seis mujeres. Tres hablan francés. Las otras tres, castellano, pero con acento sudamericano. Los que salían y los que esperaban llegaban de lejos. Se nota a distancia que la cultura interesa más a los foráneos. En esta casa conviven mundos diferentes: un recibidor, dos comedores, otros tantos baños, el vestidor, el dormitorio, las salas de estar comunes e individuales. En el ámbito del trabajo conviven el taller, la sala de los modelos y el almacén de pinturas. Entre las estancias surgen animales disecados, alfombras, muebles antiguos, siemprevivas amarillas, flores secas que se cambian cada tres años, tapices, muebles antiguos, fotografías…que no otorgan al conjunto un valor homogéneo sino todo lo contrario.

Ya en el exterior, el abanico de sensaciones lo integran un patio, la piscina, los olivos, las encaladas paredes, el agua de una fuente y la barca instalada alrededor del ciprés, símbolo de la casa-museo, antes de dejar volar la imaginación y la vista sobre las tranquilas aguas del mar. Tres cuartos de hora que se hacen cortos porque se disfruta. Hacemos decenas de fotos.

Carretera de vuelta. En los caminos "pilinguis" ligeras de ropa, que enseñan el culo buscando clientela. Esa noche terminamos cenando en L’Estartit frente a las Islas Medas. Se ve que el turismo no ha hecho su aparición "a lo grande", porque en la terraza cubierta con toldos por el viento, hay más mesas vacías que ocupadas. "Cheers Playa" está preparado para dar de cenar a mucha gente y en muchos idiomas. Nos da por abrir la carta de cervezas. Decidimos marcas belgas. Los sorbos van acompañando a un picoteo de anchoas, mejillones y unos chipirones a la plancha.

Iñaki de Mujika