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Compuesta y sin novio

La Real de ayer estaba dispuesta a todo. Durante la semana, ilusionada, había preparado la boda de Sevilla. A puerta cerrada, para que el novio no le viera el traje. Hizo la lista de invitados y decidió sentar en la misma mesa a Igor y a Gari que no se veían desde una tarde calurosa de mayo en Getafe. El cortejo no tenía prisa. Traje oscuro ellos y aflamencadas las damas.

Los bancos del recinto se fueron llenando. Apareció Labaka repartiendo puros entre el beaterío y todos se lo agradecieron entre sonrisas. “Hay que fumárselos”. Algunos ni esperaron a los postres. El personal siguió entrando y, al fondo del pasillo, apareció Garitano. Se destocó y enseñó la cabeza. El cóctel estaba rico y entraba a gusto. Abrazos y felicitaciones.

En la aglomeración apareció una camarera. Tiró la bandeja encima de Cifuentes y le dejó descompuesto. Contra su voluntad se fue a casa entre cabreos. No sentó bien a los acompañantes el comportamiento poco fino de la sirvienta, que más tarde volcó el solomillo y su guarnición sobre la alpaca de Gaizka. Los convidados protestaron en alto. Sin fortuna, porque las manchas ya habían dejado la marca y no había ropa de repuesto.

Pasaban los pinchos y los vinos. Todos se impacientaban mirando al reloj y esperando a los novios. Tenían ganas de celebrarlo y de hacerse las fotos con cara de felicidad. Entre los asistentes se apreciaban dos extraños, altos y calvos. Con disimulo sacaron unas bolsas de sus bolsillos y comenzaron a hacer provisión. Que si croquetas, que si gambas, que si jamón… Nadie se atrevió a decirles nada y se fueron por donde vinieron.

Al punto, apareció la novia. Maltrecha. El vestido, echo jirones. Los tacones, con los tafiletes romos. El ramo, deshojado. El rimel, corrido. Los ojos, una catarata. Los labios, sin ganas de besar. Las tetas, caídas. Intento, de nuevo, fracasado. Desconsolada, se cayó al suelo, rendida, aturdida, inerme. Pasó Lizondo y la trató con desprecio. Como en el primero, como en el segundo…, No había ojos que la miraran, ni palabras que le consolaran, ni brazo que le asiera. Allá la dejaron, compuesta y sin novio.

Iñaki de Mujika