Dicen que una retirada a tiempo es una victoria. Pues, les garantizo que anoche yo perdí la guerra, porque me sacaron de tourné por el foro y terminamos franqueando el umbral de un sitio que dicen está de moda que se llama “El acobose”. Y se acabó. Claro que se acabó. Bastante tarde, por cierto. Entre la entrada y la salida, varios azotes corporales con pelotazos de garrafa inmunda y una actuación de la odalisca de turno, que tuvo a bien ofrecer al beaterio una versión de la “Danza de los siete velos”. En las versiones tradicionales, la “danseuse” suele tener un tipazo de impresión. La de anoche, salvo que yo ya no distinguiera, era más redonda que un neumático. ¡Y no les cuento más que estamos en días de recogimiento!.
Ese fue el final de algo que comenzó cuando Fernández Borbalán pitó el final del partido cinco minutos después de los 90. Antes, el 1-1 balsámico que nos orienta, o nos certifica en el buen camino. Gracias a Casillas por su exceso de confianza y a Mark González por su capacidad de riesgo y acierto. Puntazo merecido que aumentará su valor si el sábado confirmamos tendencias en otra final ante los cántabros de Oriol y del Racing. ¡Forza Aranburu!.
Llegué al Bernabeu a eso de las seis. Recojo mi acreditación y me topo de frente con “Pipi” Estrada, el ex de Terelu, habitual en el tomateo. Me estampa dos besos, como siempre, porque es muy cariñoso y me quiere mucho. Se hace fotos con todas la señoritas que, abrumadas, se lo solicitan. Entro y me voy al ascensor. No huele a pescado. Cinco plantas y a cabinas. Tele y alegría por la victoria del Málaga en Getafe. La cosa empieza bien y sigue con el empate del Betis en Cádiz. Lo rematamos y nos ponemos como cascabeles.
La zona de prensa es una pasarela de modelos galácticos. Me cautiva Cassano. Se pega un paseíllo de campeonato. Con un jersey de angora, color entre rojo y naranja, con bufanda de complemento y un cacho pendiente en su oreja izquierda, lleno de brillantes refulgentes a los focos de las cámaras de quienes esperaban otros protagonistas. Vaqueros ajustados, marcando la torería. Luego, Casillas, de morado. Más tarde, Raúl Bravo, de verde monumental de llamativo. Así hasta que salió el último. Los nuestros, de chándal “astoretxea”, pero con un punto que a estas alturas no tiene precio.