Aquellas casas de postguerra no contaban con ascensor. Niños y mayores subían los pisos a pinrel. Los edificios no sobrepasaban las cuatro o cinco alturas. Los recados, la compra, las mochilas con los libros, todo se echaba al hombro hasta alcanzar la planta a la que te dirigías. Así siempre. De día, aún entraba algo de luz por unos ventanucos repartidos entre el recorrido.
Cuando la noche llegaba, la escalera oscurecía. Las luces automáticas no existían y en cada rellano la bombilla encendida correspondía a la generosidad del propietario. Si vivías en el cuarto, por ejemplo, y los inquilinos eran "amarrategis", la boca del lobo se presentaba en tu horizonte. Los niños miedosos, y los mayores aterrados por un posible batacazo, tocaban el timbre desde el portal para que alguien hiciese menos dramático el camino.
"Eustaqui, enciende la luz que está oscura la calala" sonaba todos los días cuando los niños del último piso llegaban al portal con su niñera. Les costaba decir "escalera". Automáticamente, la bombilla se activaba y los críos se animaban a subir los escalones con mayor seguridad y confianza. Así siempre, hasta que convencidos por el tiempo y la experiencia, se atrevían a circular en la penumbra.
La Real llegó a Málaga en esa tesitura. Ayer el partido era un ejercicio de confianza. El equipo necesitaba la victoria por muchas razones. La más importante para la mayoría se relaciona con la ansiedad de la tercera plaza que conduce al ascenso. En mi caso, valoro bastante más la capacidad de creer lo que haces, de confiar en tus recursos y de aumentar notablemente la autoestima para llegar por ese camino al mismo objetivo. Olía a final. Así se entiende que en la grada se encontraran entre otros el expresidente Larzábal, el "ex" Miguel Santos, una cuadrilla de Oñati, algunas peñas del sur y otro turisteo.
Veníamos de perder en Soria, en Gijón y en Castellón, rivales de la zona noble, que también se llevaron puntos de Anoeta sin que hayamos sido capaces de ganarles una sola vez. Al Málaga, sí. Los andaluces mordieron polvo por los goles de Aranburu y Carlos Martínez. Nos esperaban con ganas de revancha y consolidación. El triunfo para ellos olía a Primera. Oportunidad pintiparada para certificar un nuevo status.
Por esas circunstancias, afronté el partido desde el desamor. Nada convencido. Pasara lo que pasara, sabía que hoy domingo debería mirar a Cádiz. No para preparar el próximo viaje, sino para confirmar que aún disponemos de un puntito de ilusión. Creció ayer por la victoria en la complicada cancha de Málaga. Un 0-2 legítimo en el partido posiblemente mejor jugador por los realistas en el ejercicio. Han pasado muchos años, pero, a medida que se acerca el final, me siento frenopático, como aquellos niños que cada día gritaban con fuerza…."Está oscura la calala".