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Pep Martí me ha ganado para su causa…

Edurne Pasaban pisó ayer el césped de Anoeta. A su alrededor niños con miles de globos, señoras, caballeros, deportistas. Un elenco colorista de vocerío, entusiasmo y ganas de ganar. Más claros que nubes. Ni viento, ni hielo, ni cordadas, ni piolets. A lo más, un trío arbitral. ¡Qué cosa tan diferente!. La mujer, la que quiere batir todos los récord de altura, la que ansía alcanzar no sé cuántos "ochomiles", ella, recibió la ovación más grande de su vida. Nunca jamás hubo tanta gente alrededor para valorar su impecable travesía.


Le pegó con el interior de su pie derecho y se fue al palco para seguir de cerca un partido. Le imagino extraña en medio de ese ambiente. Frente a los silencios de la nieve, el desafío de dos equipos necesitados de victoria por diferentes objetivos. Frente a la ventisca de una alta cordillera, los mismos nervios y tensión aunque por distintos retos. Frente a la satisfacción de hollar la cima, la alegría por los puntos conseguidos. Todos hacen deporte, pero qué diferencia de medios, recursos y escenarios.

Anoeta mostró ayer buena pinta. Los seguidores realistas también. Con cuatro ojos, para mirar al césped y al simultáneo. Con dos orejas, para seguir por el pinganillo los goles de esos territorios en los que también jugamos. Allí donde más nos interesaba no se produjo ninguno y hoy estamos igual que hace una semana. A dos, que puede ser uno, si el Málaga palma. Esa vuelta a las calculadoras se debe al 3-1 frente a los granadinos.

Llevaba el partido mala y lenta carrera. Dos penaltis fallados. Un tercero. Por fin se abre la lata y entran dos más, porque los visitantes estaban muertos y los nuestros se quitaron de encima la piedra de tonelada y media con la que trataban de avanzar hacia la meta del "rosáceo" José Juan. Dieron sensación de estar justitos de fuerzas, como los toros que no embisten, que amagan y no dan. Su postrer gol sólo sirvió para cabrear a Lillo que deseaba una vez más su puerta a cero.

El último párrafo es para Pep Martí. Me ha ganado para su causa, que es la de la inteligencia y el buen fútbol. Sabe administrar recursos y tomar decisiones cuando hace falta. Su gol atesoró buena parte de esas virtudes y además le valió para apuntar al cielo que es donde viven algunos de sus importantes recuerdos, sentimientos e inspiración. Su entrenador sabe latín y le mandó al vestuario al borde del final para que el respetable le aplaudiese como se merece. Su autoridad en el campo, su rendimiento, y el peso en el vestuario, confirman la idoneidad y el acierto de su fichaje. Amén, dice el beaterio.

 

 

Iñaki de Mujika