El primer día de los Juegos me ha divertido bastante, sobre todo por ver cómo se las arreglan los comentaristas para ciabogar y adaptarse a las realidades que sólo la competición es capaz de destapar. Me refiero a la prueba de ciclismo en ruta. Cuando quedan por delante más de seis horas de carrera y un pelotón plagado de nombres propios y aspirantes al éxito, me parece una temeridad hacer cábalas y apostar las medallas como si de un mercadillo se tratara y los rivales no existieran.
Para muchos, las preseas españolas se habían ganado antes de montar en bicicleta. ¡Valverde y Valverde y Valverde!. Si no, Contador. Si no, Freire. Hasta ahí llegaban. A Sastre no le otorgaban papel estelar tras su exitoso trabajo en el Tour. Al quinto, ni le nombraban. La carrera fue una constante de esfuerzo. Freire se puso malo del estómago y se retiró. Lo mismo Contador, una vez cumplido el trabajo. El seleccionador Antequera reconoció en meta que "A Valverde no le han dejado ni moverse". ¿Quiénes quedaban?. Un generoso y esforzado Sastre y "la última esperanza" Samuel Sánchez, el corredor de Euskaltel-Euskadi que tanto conocemos.
Confieso que cuando vi que se la debía jugar con Rebellin (37 años) y Cancellara que se unió al quinteto de escapados, pensé que el asturiano no ganaba. Sin embargo, jugó sus bazas. Atacó cuando los demás pensaban su estrategia. No se lo esperaban y reaccionaron tarde. El oro luce a esta hora en la habitación de un ciclista humilde que vive en Güeñes y que hace justo ocho años, tal día como el de su gran éxito, perdió a su madre. Samuel miró al cielo entre lágrimas. Me alegro por él.