El capitán de la Real Sociedad se hace querer porque es "buena gente". Mikel Aranburu no es un hombre de conflictos. Todo lo contrario. Por antigüedad y por talante, merece ser el futbolista que lleva el brazalete. Su destino desde joven fue y será hasta que el tiempo quiera la entidad por la que se desvive.
El sábado disputará en Girona el partido 300 como jugador txuriurdin, una cifra que no está al alcance de muchos profesionales. Podrían ser bastantes más, si una patada alevosa propinada en Santander por Oriol no hubiera supuesto su grave lesión de rodilla. Quizás desde entonces no sea el que fue, pero su presencia en el campo determina muchos modos de hacer sobre el césped.
Nadie puede dudar de su honestidad en el terreno de juego. El último partido en Anoeta escuchó silbidos, porque el público hace tiempo que dejó de entender lo que significan los jugadores de casa, sobre todo los capitanes. Sobrevuela una especie de maldición que salpicó a Idiakez, Aranzábal, López Rekarte…que cambiaron de escenario por lo insorportable que se les hizo jugar al fútbol en el equipo de su tierra.
Recientemente, su entrenador Juanma Lillo en una entrevista que publicó el DV expresaba sensaciones al respecto:
"Me resulta muy curioso el reclamo de la cantera por parte de un pequeño sector. ¿Para qué? ¿Para luego pitar a Aranburu? ¿A uno de los mejores jugadores a los que he dirigido en mi vida? Y por si a alguno dice «¿A quién ha dirigido éste?», pues voy a decir unos nombres. A Guardiola, a Maakay, a Jokanovic. a Emerson, a Acuña, a Juanele, a Paulo Bento, a Onopko, y por hablar de gente que juega por dentro. Si la gente supiera lo que este tipo ama a la Real, no se atrevería, por vergüenza y aunque se metiera tres goles en propia meta por partido, ni siquiera a pensarse el silbar. Y como él a varios más. Siento vergüenza".
El capitán lleva tiempo entre zozobras. Las propias de la competición y las que a su alrededor se generan por las cosas que pasan en el club y afectan al vestuario. La suma de estos factores le ha llevado a alejarse de la vida pública. Cumple con los medios a través de ruedas de prensa colectivas, pero se aleja de las invitaciones particulares. Quería llevarle al programa de televisión que presento en Localia, pero declina el ofrecimiento con un "gracias, pero no…"
Y me decepciona mucho no poder contar con él, pero debo respetarle. Como lo he hecho siempre. Cuando debiera estar feliz por alcanzar la cifra de 300 partidos oficiales, ofrece su cara más triste. Se están haciendo tantas cosas mal que en lugar de una fiesta de celebración por una carrera intachable, convertimos el momento en un trámite sin emociones cuyo protagonista lo vive como si fuera un pecado.