Las votaciones de USA me preocupan menos que la lesión de Iñigo Díaz de Cerio. La elección de su presidente, incluso, menos que el cacharrazo que se llevó Juanma Lillo. Pese a todo hay muchas cosas que llaman poderosamente la atención de los comicios. Ha resultado extraordinario ver a miles de ciudadanos, desposeídos de casi todo, ilusionarse y celebrar la victoria del líder, del hombre que ganó su confianza, como si sus vidas fueran a cambiar a partir de ahora. Todos, hasta nueva orden son seguidores de Obama.
Obaba, en cambio, era un pueblo perdido, al que costaba llegar. Faltaban bastantes curvas hasta encontrarte con casas y habitantes. La foto recogía historia y leyenda. Los lagartos aceleraban la sordera y las historias de amor se entrelazaban para argumentar la trama. Cada personaje cumple un papel y la desarrolla desde la confianza en medio de muchos misterios difíciles de desentrañar.
La Real vive entre Obaba y Obama. Cuenta con el peso de la historia. El papel cuché deslumbra en algunos pasajes, pero los últimos capítulos se antojan insufribles. El día en que rompieron a Aranburu, un árbitro incalificable no apreció falta. Ayer se repitió la escena. Lamentablemente, la buena fortuna no coquetea con nuestro equipo. Pasan demasiadas cosas. Ajenas a la voluntad de los profesionales que se desviven por sacar adelante los partidos. Lo que el árbitro de ayer en Anoeta ofreció a la concurrencia roza la temeridad. Es su sexta temporada en la categoría y si la organización arbitral fuera seria y decidiera conforme a ley y sólidos criterios, la forma en la que dirigió y dio por concluido el partido debiera inhabilitarle.
Nuestro panorama es oscuro. Los administradores concursales presentan un informe que asusta. El juez decidirá lo que considere, pero por ese lado no atisbamos un líder que nos devuelva la ilusión. Al menos, a corto plazo. Los quirófanos y las consultas médicas han consumido demasiada anestesia en los últimos meses: Albistegi, Viguera, Ansotegi, Xabi Prieto, Elustondo, Cerio… Bajas graves que se producen en un colectivo no sobrante de efectivos.
¿Qué nos queda?. Mucho. Primero, la gente, los aficionados que saben sobradamente que en estas circunstancias toca arrimar el hombro y empujar. Nos queda el equipo, los futbolistas que lo intentan cada domingo. Nos queda el entrenador, el Obama capaz de aglutinar a su alrededor un vestuario del que tratara de obtener lo más y mejor que pueda. Nos queda Cerio, sin tibia ni peroné, pero con una fortaleza mental y un espíritu de superación que sólo está al alcance de los grandes. Y quedará la prensa que, sabiendo lo que nos toca vivir, no será ajena a este Obamakoak.