Ha pasado un año. El 31 de diciembre de 2007 vivíamos los previos a las elecciones de la Real Sociedad. Iñaki Badiola convocó a sus partisanos a una reunión en la Irungo Atsegiña de Irún para explicarles su proyecto. Llegó tarde. En la puerta esperaban el presidente y algunos directivos del Real Unión. Se conocían por teléfono. Les presenté, porque para entonces ya había compartido un té chino en su casa de la Calle Peñaflorida y le conocía. Pese al retraso acumulado con el horario previsto, la sala estaba llena y expectante. El futuro presidente entró en loor de multitud.
En su alocución arremetió contra los que le atacaban mientras explicaba los temas prioritarios de su campaña. Compruebo en torno a él bastante euforia. Muchos pequeños accionistas le entregan su apoyo firmado, convencidos de que es el hombre del cambio.
Terminada la charla, en torno a una mesa nos reunimos unas diez personas. El presidente Ricardo García saca un poco de jamón, lomo y queso, así como buen vino. Estamos cerca de las tres de la tarde. Aprovecho el momento y le pido que llame a Pako Ayestarán, para que le tranquilice. "Está mosca con los rumores sobre los fichajes". Me asegura que va a hablar con él.
Conozco allí a algunos compañeros del futuro consejo: Alex Naya, Iñaki Iraola, Fernando Antúnez…Entre pincho y pincho, hablamos. Se van deprisa porque quieren correr la San Silvestre donostiarra. Les seduce el atletismo. Nos despedimos con los mejores deseos de un feliz 2008.
Ese año termina hoy. Miro hacia atrás y me encuentro con lo que fue y pudo ser. Ningún parecido. Doce meses plagados de sucesos que en su mayoría califico de decepcionantes. No es una apuesta perdida. Es una experiencia. Ahora, la Real Sociedad inicia otra de muy diferente manera. Sobre el club pesa la liquidación de la entidad. Convendrá que mucha gente se tome las cosas en serio porque está en juego la existencia de la sociedad. Poco importa quien rija los destinos del club si éste no atisba futuro.
Un año, una catarata con poco sentido y otra vez volver a empezar. Con título de película, pero sin ficción. Pura y cruda realidad.