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Más tiesos que la mojama…

La noche del viernes al sábado fue como un delirio. No sé si tremens pero delirio. Ruido por aquí, porrazo por allá. Vendaval que sopla y azota. Tejas y tiestos volando. Truenos, lluvia, olas de película, árboles caídos… Vamos, el elenco completo. No faltó de nada. Como es lógico pensar, los aeropuertos se cerraron varias horas y el personal tomó todo tipo de precauciones.

Incluso, se llegó a pensar en la posibilidad de que el encuentro de anoche se suspendiera, tal y como sucedió en Tarragona con el Eibar y con el derbi guipuzcoano de rugby. Visto lo visto, no hubiese sido malo buscar otro día para un partido paupérrimo. Tras el triunfo en Valencia, los de Lillo querían empalmar dos victorias, seis puntos con los que engalanar el balance de la primera vuelta del campeonato.

A los alicientes tradicionales se unieron otros argumentos. La presencia de Sebastián Abreu en la lista de convocados conllevaba la oportunidad del debut. La designación del árbitro González González añadía caldo espeso a la contienda. Los ojos abiertos como platos haciéndole un seguimiento a cada paso. Lo mismo que a sus asistentes. Pero, nada. Ni árbitro, ni debut, ni el cambio horario, ni leches.

Cuán grande era anoche mi desasosiego que en un momento de la transmisión me jugué una merienda (que no perdí) si el equipo daba tres pases seguidos jugando por abajo. Incluso me atreví a decir que me metía monja si marcábamos un gol. Esa era anoche mi confianza. No ignoro que sendos remates de cabeza de Labaka y Abreu los sacó con la manopla un portero que nos boicotea cuando jugamos contra él. Pero sería injusto no reconocer que Claudio Bravo salvó igualmente nuestros muebles en las escasas ocasiones rivales.

Cada vez que soñamos, desesperamos. Lo dijo más o menos el entrenador en su comparecencia del pasado jueves: "La realidad a veces acaba con los sueños". Ayer todos apostábamos por la victoria, por enlazar dos triunfos seguidos y erguirnos. Confiábamos. Sin embargo, nada olió a rosas, ni el azahar impregnó el aire del frío estadio. Un atasco, otro atasco. Un freno de mano. Un coche lento y mal conducido. Poca pasión y 0-0 pavoroso. El equipo no jugó bien, no cautivó a los más de 17.000 sufridores que retaron a los vientos, las aguas y los ciclones.

Al mediodía marché a Getaria, a ver el mar y las olas bravías. ¡Qué fuerza! ¡Qué decisión imparable! Lleno de vitalidad y espíritu me fui al estadio convencido de poder escribir otra historia. No sé las causas pero el equipo anoche estaba más tieso que la mojama.

Iñaki de Mujika