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Un destino espiritual

Esos días sueltos, festivos, en mitad de la semana, aparecen como tontos en mitad de la nada. Se deben resolver de una u otra manera. El 1 de noviembre, el 1 de mayo, el 12 de octubre y el 19 de marzo, San José, constituyen alguno de esos ejemplos. El llamado "Día del Padre", además de la tontería que conlleva de regalos, permite decidir. O te quedas en casa, amorcillado en un sofá sin ganas de hacer nada, o te jaleas con una excursión breve pero reparadora.


Nos juntamos catorce, cifra nada despreciable. Objetivo Arantzazu. Llevaba un par de años sin visitar a los franciscanos. Creo que desde aquellos momentos en que la Real se jugaba el descenso. La idea de subir hasta el Aitzgorri no debió ser nada original, porque lo mismo pensaron centenares, miles de personas, que optaron por el mismo destino. Salimos con tiempo para llegar a misa de doce. Desde la curva de Zelai Zabal, los coches ocupan aparcamientos, aceras y veredas. ¡Qué horror!. No es posible que haya venido tanta gente.

A trancas y barrancas consigo que el coche encuentre su hueco en los accesos al nuevo centro Gandiaga Topagunea, donde se ubica la Fundación Batetik, el centro por la paz que se esfuerza en la valoración ética de los conflictos. El día es radiante y la temperatura impropia. Mucho montañero y personas de todas las edades. A pesar del calor, antes de la eucaristía, tomarse un caldito en Milikua es una tradición.

Los franciscanos cuidan mucho la liturgia. La eucaristía es un ejemplo de ello. La palabra aquí cuenta su sentido. Los silencios, las luces ténues, los cantos, la música del órgano, el recogimiento…todo forma parte del elenco. En uno de los laterales de la nave central se encuentra la Capilla de la Reconciliación. Las esculturas de Oteiza, la solemnidad de los motetes cantados, la imagen de la Arantzazuko Ama constituyen un marco adecuado para la reflexión.

La gente sale de misa. Te conocen y preguntan por la Real. Es imposible pasar de largo por los puestos de quesos y rosquillas de anís. Un chico joven atiende mi voluntad de llevarme esos productos y un pan de hogaza con harina oscura. Txakolí con aceitunas en el exterior. Un padre franciscano bendice un coche siguiendo la tradición y gracias a la Ertzaintza conseguimos salir del monumental atasco que se forma. Hemos reservado mesa junto a un campo de golf. La vista de Oñati es monumental y no hay una sola nube en el horizonte que impida disfrutar del paisaje.

Aprovechamos para ir luego hasta Azkoagain, el campo de fútbol. Cambió el sabor de la hierba, por el artificio de las nuevas superficies. El partido de Preferente no atrae a demasiados espectadores. Están los de siempre, los fieles. Entre ellos Xabier Azpiazu, alma máter del Aloña Mendi. Visitamos su sancta sanctórum. Allá por las siete de la tarde, una cervecita y vuelta. El retorno por la autopista permite comprobar la cantidad de gente que ha cruzado el Bidasoa. Caravana interminable de coches que eligieron otro destino menos espiritual.

 

 

Iñaki de Mujika