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¡Quered al club por encima de todas las cosas!

Deseo fervientemente que el Real Unión ascienda a Segunda División. Lo digo al principio de este escrito para que nadie dude. No estoy, ni por aproximación, en el lado de quienes anhelan que fracase el proyecto que protagonizan Iñaki Alonso y sus futbolistas. Es más, me cuesta mucho comprender la infeliz mezquindad de cuantos se posicionan en contra del éxito que añoro. Lo que se ha escrito y comentado tras el 2-2 de Zubieta raya el esperpento.


Espero desde hace cuarenta y cinco años. No soy el único. Muchos de cuantos acuden a Gal todos los domingos mantienen escrito en su corazón, a sangre y fuego, el sentimiento por los colores unionistas. Eso no se aprende. Se lleva dentro. Lo mismo que el Alarde. No hay más que explicar.

Estudiaba segundo de bachillerato cuando el equipo iba a disputar en Zaragoza el último y definitivo partido ante el Plus Ultra. Entonces, los sábados eran lectivos. Clase por la mañana y por la tarde. Mis padres debieron acudir al colegio La Salle y pedirle permiso al Hermano Matías, mi tutor, para que me dejara acudir a La Romareda.

Como era buen estudiante, no hubo problemas. Aquel Renault Gordini fue y volvió por carreteras llenas de curvas en las que te mareabas hasta el infinito. Todo merecía la pena. Era junio, día 20. Las localidades más altas nos acogieron. Éramos pocos. Parecíamos menos en medio de tanto asiento vacío. Supongo que hacía calor, pero nunca tanto como el padecido una semana antes en la Ciudad Lineal. Aquel día nos pudieron meter sesenta, pero Félix Rincón paró hasta los taxis que pasaban por la calle de Arturo Soria. Su increíble actuación propició el tercer round de desempate en la eliminatoria.

Viajó con nosotros a ese partido de Madrid el secretario del club, Patxi Sagarzazu, que salió del campo bastante antes de terminar el partido. Se encerró en el coche porque no podía soportar la presión. No le quedaban uñas. Con el tiempo le he entendido perfectamente. Recuerdo los goles de Pedrito Zapirain y Arrastia. Valieron para ganar 2-0 y ascender. La emoción fue enorme. Un restaurante en "El Tubo" nos dio de cenar a un puñado de unos cuarenta mayores y algunos niños. En cuanto terminamos con el postre a los niños nos dejaron en el hotel.

El domingo por la mañana tocó madrugar. Todos, incluido el equipo, fuimos a misa en la basílica de El Pilar. Luego, carretera hasta Pamplona. La comida del club y de los seguidores más cercanos nos reunió en Casa Otano de la Calle San Nicolás. El recibimiento esperaba en Irún allá por las ocho. Al llegar a Behobia la comitiva se detuvo en casa de mi tío Ramontxín y allí se lanzaron los primeros cohetes que anunciaban la presencia del equipo.

Luego, a todo correr llegamos a la Plaza de San Juan. Subí a casa de los Etxebeste. Martxelin abría la puerta a todo el que llamaba. Ese balcón era y es privilegiado. El mejor sitio para ver llegar a mis ídolos. Todo estaba abarrotado. Con un ojo miraba a la plaza y con otro a la pantalla de televisión. Jugaban Rusia y España. Mientras Marcelino marcaba el histórico gol, la alegría se desbordaba en calles y aceras con la llegada de un autobús cargado de buena gente.

No he olvidado, pese al tiempo transcurrido, el menor detalle de aquel ascenso. Ahora, se ofrece una nueva oportunidad. Muchos de los que he citado en este texto ya no están con nosotros. Todos ellos me enseñaron a amar este club. ¡Hasta que me muera!. Sueño con el ascenso para que Siso, Ignacio, Hodei, Néstor, Mario, Beñat, Rodri, Eneko, Peio, Jon, Juanjo, Oscar, Iñaki, Víctor, Iban…infantiles y alevines que hoy defienden la camiseta unionista valoren lo que eso significa. ¡Quered al club por encima de todas las cosas!

 

Iñaki de Mujika