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El discreto encanto de Pep Guardiola

La primera vez que Xabi Alonso jugó en el Camp Nou quiso cambiar su camiseta con Pep Guardiola. Un compañero se adelantó y debió conformarse con la de otro futbolista. Me lo contó en las declaraciones postpartido. Días después llamé a Txiki Begiristain para explicarle la historia y pedirle la dirección del centrocampista.

Redacté una carta y se la envié. En un par de semanas llegó a casa un sobre grande. Lo abrí y de él salieron dos camisetas. Una para Xabi y otra para mí. Ambas firmadas y dedicadas. La carta sólo la solicitaba para el futbolista. Desde entonces, los dos guardamos en nuestra colección de recuerdos el 4 azulgrana, ahora mucho más revalorizado.

Cuento esta historia, porque en el fútbol no abundan los detalles. Más bien todo lo contrario. Otro jugador hubiese dado curso legal a la carta y una papelera se encargaría de la petición. Guardiola, no. El entrenador del Barça es diferente. Pasados los años, el propio Juanma Lillo me contaba los valores crecientes de un individuo que se viste por los pies. Desde entonces le sigo, incluso en las afecciones de su paso por Brescia. Hoy está en los altares por su capacidad de convencer a los futbolistas e involucrarles en su proyecto. Sin Deco, ni Ronaldinho, y las pilas puestas a Eto’o, tira de cantera y trabajo. Maneja el grupo con insultante eficacia y realiza una propuesta futbolística que cautiva, incluso, a quienes no respiran barcelonismo. Tres competiciones, tres éxitos. Insuperable.

Cuento esta historia por no hablar del encuentro de ayer frente al Córdoba. Desde hace tiempo, y se repite con machacona insistencia, cada vez que las semanas previas a un partido se mueven con noticias que descentran al equipo, éste casca . Como quiera que se habló del Uruguay, de Martín Lasarte, del futuro sin el técnico actual, supongo que por la cabeza de unos y otros pasó de todo. La consecuencia: un partido de bochorno sobre el césped de Anoeta.

Se intuía. Calor, menos espectadores que nunca, poco compromiso con las matemáticas y muerte dulce ante un equipo que agradece las visitas a Donosti como agua el sediento. Hace un año se salvó del descenso aquí y ahora, casi. Por buscar una nota positiva, o dos, me apetece destacar el trabajo del chaval Javi Ros y las paradas de Eñaut. Si no es por él, posiblemente la sentencia hubiese llegado antes.

Lillo hace lo que puede y los pitos finales son injustos porque no valoran su enorme esfuerzo por hacer mejores las situaciones. Petición de dimisión al Consejo que, a partir de ahora, debe afrontar el futuro, porque a esta liga le quedan tres sosos telediarios.

Iñaki de Mujika