Esta era la novena vez que acudía a Vallecas. En las ocho precedentes nunca pude ver ganar al conjunto txuriurdin. Ésta, tampoco. Cuando era joven estudiante, como los partidos se disputaban al mediodía, me escapaba hasta aquí para entretenerme con aquel equipo en que los Felines, Potele, Grande, Bordons o Mendieta, el padre de Gaizka, cumplían con decoro y ofertaban un fútbol que se denominó "pegado a la tierra", apelando a la baja estatura de muchos de sus practicantes.
De aquello queda poco. Sólo, el color de la camiseta franjirrayada, el lugar del espectáculo junto a la Avenida de la Albufera, las mismas casas, la estación de metro Portazgo y la animosa hinchada que este sábado no congregó a demasiados feligreses, pese a la bajada de precios en taquilla. Algunos fieles realistas se animaron a seguir de cerca a su equipo, esperando una buena actuación de las habituales lejos de Anoeta. ¡De ilusión se vive!
La semana confirmó lo que se sabía, es decir, que Lillo no continúa al frente de la nave a partir del día de San Marcial. Pasó el presidente el fielato de una extensa rueda de prensa en la que expuso con holgura un proyecto que garantice el futuro. Hablaron unos y otros: economía, plan de viabilidad, rebaja de presupuestos, posible ERE, traspaso de guardametas, nuevo entrenador, cantera, futbolistas de futuro…La lista de convocados, por unas u otras cosas, incorporó al elenco a Elustondo, Ros, Viguera, Cadamuro, Toño Ramírez, más Dramé. Quienes apostaban por una alineación revolucionaria, se quedaron con las ganas. Lillo fue más previsible que nunca.
Motivar a estas alturas parece imposible y, si a los doce minutos ya te han enchufado dos, el partido huele a traca. Cuando todo acaba, bajas andando dejando volar la cabeza. Te fijas en los escaparates. De repente, al pasar por un estanco recuerdas aquella película de Eloy de la Iglesia en la que Leandro y Tocho trataban de atracar a Emma Penella (la señora Justa), la estanquera de Vallecas que defendía con uñas y dientes su negocio. Ayer el nuestro ofreció pérdidas considerables a través de un partido átono con pocas cosas destacables.
Y eso que estaba el futuro entrenador Martín Lasarte sentado en la tribuna, escondido tras unas gafas de sol. Puede que para taparse los ojos ante lo que presenciaba sobre el césped o para echarse una kuluxka por aquello del "jet lag". Quedan dos partidos y muchas ganas de que concluya el ejercicio.