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¡Asómate al balcón, carita de azucena!

La fiesta terminó ayer en Elche. Sol y moscas. Cuatro gatos y un tambor. Algunos perturbas de la fidelidad a los colores, periodistas por obligación, futbolistas, entrenadores, árbitros… Olor a pólvora, hogueras de San Juan y hasta luego Lucas. Pero sería injusto no reconocer el buen partido realista, los goles de Agirretxe y Elustondo, el juego, las ocasiones y la emoción de las despedidas en las comparecencias del vestuario.

Quedan atrás cuarenta y dos partidos de Liga, uno de copa y meses de dura convivencia con la realidad. Un presidente, dos presidentes. Un consejo, dos consejos. Una ruina, sigue la ruina. Un director deportivo, una taquicardia. Una plataforma, un 5%. Una Diputación, una hacienda. Un juez, tres administradores. Una denuncia, un juzgado. Una inspección, una mosca detrás de la oreja. Una ley, un ERE. Un entorno, una crisis.

Con este paisaje el equipo trató siempre de hacer las cosas de la mejor manera posible. Se liberó, o se encontró más cómodo, lejos de Anoeta. Sumó fuera de casa buena parte de su botín, pero fue incapaz de reforzarlo donde en teoría iba a ser más fácil. Pero el equipo realista se movió siempre entre notables deficiencias ante su público.

Hace un año se incorporaron en el mercado de invierno futbolistas de peso y experiencia con los que llegó hasta la orilla del inolvidable partido de Mendizorroza. No sé de dónde salió el dinero, pero aquí jugaron Pep Martí, Casadesús, Nacho, Fran Mérida… Al concluir la temporada se fueron todos y algunos más. Luego, se lesionaron futbolistas llamados a ser titulares indiscutibles (Díaz de Cerio y Elustondo) en una plantilla que sufrió en el camino otros menoscabos.

En medio, Lillo y su grupo de trabajo. Cualquier otro entrenador hubiese capotado mucho antes. Mantuvo un discurso poco creíble a medida que el campeonato avanzaba, sin abandonar la fidelidad a sus principios de respeto a la entidad y a la horrorosa realidad con la que convive. No discuto la decisión de su adiós, porque la asumen quienes la adoptan. Como no hay marcha atrás, no pierdo un minuto en lamentaciones, pero me da la sensación de que su despedida no es la que se merece. Lillo fue a la guerra con un tirachinas, cuando muchos de sus rivales empleaban bazokas.

Me recuerda una noche en Oviedo, frente a un colegio mayor de chicas, cuando un tuno con su bandurria cantaba: "Asómate, asómate al balcón, carita de azucena", esperando el milagro de una ventana abierta de la que surgiera un mirlo blanco. Las persianas permanecieron cerradas, El arte de su música y su voz no fueron suficientes. Ahora llegan tiempos nuevos. ¿Mejores?

Iñaki de Mujika