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A Costa da Morte (Muxia.A Coruña)

Disponíamos de dos opciones saliendo desde Compostela. Optar por la Ría de Noia y bajar hacia Arousa, Cambados, Sanxenxo, O’Grove y La Toja o buscar "A Costa da Morte" con final en Muxia, la población más afectada por la marea del "Prestige", aquel barco que se hundió frente a sus costas y les marcó para siempre con aquella mancha negra de petróleo que afectó a su vida y a su trabajo.

El día no ayudaba nada. Lluvia, frío, vendavales que cimbreaban las altas cúpulas de los eucaliptos, acompañaron nuestro peregrinar hacia el norte, porque ninguno conocíamos ni el camino, ni la zona. Por la Ría de Noia y Muros llegamos a esta población. Parada obligada en el puerto. A la entrada un mercadillo de productos que traen las mujeres desde las aldeas. Los puestos se mantienen en pie a duras penas y apenas hay viandantes. Paseamos entre ellos antes de asomarnos al mar y ver a las gaviotas agrupadas, atónitas, sin atreverse a volar.

Buscábamos en Carnota el hórreo más grande del mundo. Construido por Gregorio Quintela en el siglo está declarado como monumento nacional. A su lado conviven la iglesia de Santa Comba y el cementerio que mira al mar o a la playa, porque en esta población se encuentra también la más larga de todo Galicia.

Por Corcubión pasamos de largo y viendo la hora que marcaba el reloj optamos por atajar. Renunciamos a Fisterra y atajamos por Cee camino de Muxía. No está muy bien señalizado el camino, pero llegamos en medio de una tormenta monumental. Ansío ver el mar y su comportamiento. Pero son las tres pasadas y queremos comer. ¡Hambre que corroe!. El coche aguanta la fuerza del viento en el aparcamiento, pero la gente, no. Todo parece desierto y cerrado. Buscamos refugio en la Calle Ponael. Un bar que recuerda la catástrofe "O Prestige" está cerrado y otro se muestra tétrico, lúgubre. Entramos para preguntar. Una sola respuesta: "O ‘Coral". Este restaurante está en la calle paralela, Rua Marina. Tras flanquear la puerta, también todo está oscuro aunque la luz que entra por las cristaleras otorga una mejor sensación. El pueblo está a oscuras.

Como la cocina funciona con fuel nos pueden dar de comer. Sólo hay dos comensales en una mesa. Nos dan la carta, pero falta de casi todo, porque enero no es un mes para que la despensa esté al completo. Unas almejas marinera y un pulpo a feira preceden a esa chuleta de ternera gallega que nos apetecía. Un postre casero y un café preceden al siguiente objetivo. Perfectamente señalizado está el camino hacia los miradores. La iglesia de la Virgen de la Barca se encuentra junto a ellos. Todos mirando al mar. Es imposible describir lo que se siente. Está embravecido, tremendo, levantando olas de espuma blanca que chocan contra las duras rocas. Idas y venidas, sin descanso. Esas piedras diferentes responden a leyendas que les dan nombre: Abalar, Enamorados, Timón…Se hace imposible estar a la intemperie, porque el día sigue siendo de perros. Volvemos hacia Santiago, por el interior camino de Quintans, para evitar conducir de noche. Llenos de impresiones hablamos menos hasta llegar a divisar las altas torres del Obradoiro.

Iñaki de Mujika