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Verle jugar, deleita

Los que nos vamos haciendo mayores jugamos con ventaja. He visto en la cancha al último Pelé, a un buen Di Stefano, al gran Cruyff, al discutible Maradona y al presente Messi. Este es el que más me gusta, porque es con quien convives en el día a día. La historia es pasado y la realidad es la que se palpa, la que emociona, la que contagia. Hoy, la sensación se transmite con acento argentino.

Messi marcó cuatro goles al Arsenal en la vuelta de los cuartos de final de la Champions. La grada coreó su nombre, como el de los grandes toreros en mitad del albero. Uno tras otro, en diferente factura, los tantos subieron al marcador, al mismo ritmo que su sonrisa se hacía más grande. Esa simplicidad que se transmite ofrece la imagen de un chico normal que sigue hablando de trabajo, de colectividad, de equipo, de logros colectivos. Esa es parte de su grandeza.

Por ahora, y ojala siga en ese camino, no ejerce de divo. Muchos otros que conviven con el deseo de ser "el mejor" ofrecen comportamientos menos solidarios. Yo y mis circunstancias, el resto cuenta menos, defienden otras personalidades que en el mundo del fútbol  son más mediáticas, pero menos efectivas. Leo Messi llega desde abajo, anclado en las raíces de la disciplina personal, absorbiendo como una esponja las enseñanzas y aprendiendo, primero, a ser persona para, desde la solidez de su estructura, explotar como futbolista.

La cantera del Barça enseña a comportarse para luego convivir con el manejo del balón, la ocupación del espacio, las destrezas, el grupo y su actividad como tal en el césped. Sólo así es posible semejante comunión. Los roles se intercambian. Unos jugadores hacen grandes a los otros y de la fuerza común todos se benefician.  La bisagra, el elemento vehicular del proyecto se llama Pep Guardiola, con la prolongación de grandes jugadores en el terreno de juego. La luz propia brilla en Messi, pero irradia y contagia a compañeros que le ayudan. Verle jugar, deleita.

El fin de semana se anuncia el partido del siglo. Ronaldo, en una parte. Messi, en la otra. Se enfrentan dos equipos aspirantes a todo. Dos contrastes, dos ideas, dos modos de interpretar. Los dos mejores futbolistas, distintos, anuncian diferente colección de modelos futbolísticos. Gane quien gane y pase lo que pase, los dos seguirán por caminos diferentes hasta que llegue el momento de elegir al más grande. Hoy, por evidente, no hay color.

Iñaki de Mujika