La existencia de Peter Pan no ocupaba en mi vida demasiado espacio. Apenas un recuerdo vago de la infancia. No era de los favoritos en la colección de cuentos que se agrupaban en la alta estantería de una habitación cuyos colores he olvidado. Me asustaba la imagen de aquel pirata malo, el Capitán Garfio, a quien un cocodrilo comió su mano izquierda, del mismo modo que Campanilla, Wendy y sus hermanos formaban parte de la narración que el escritor escocés James Matthew Barrie inventó en lo más profundo de su imaginación.
La historia se ha recreado estos días en los que se cumple el ciento cincuenta aniversario del nacimiento de su autor. Al leer la efeméride sentí curiosidad y hurgué en el argumento, encontrando cosas que ignoraba a estas horas de la vida. Como de repente, surgió El país de Nunca Jamás (Neverland), una isla en la que todo era divertimento y los niños nunca crecían, como deteniendo el tiempo. Peter Pan lideraba el grupo de quienes querían seguirle, convencidos de que allí la vida sería diferente para siempre. Sólo había que girar en la segunda estrella y volar hasta el amanecer.
Lo de Nunca Jamás quedó grabado en mi pensamiento y decidí que formara parte de este beaterio. Pensé que era un bonito argumento para vivirlo en paralelo con la liga de Segunda y con las asechanzas que la competición nos pone delante cada fin de semana, incluyéndose viernes y lunes, que de todo hemos vivido hasta el momento. La temporada se hace interminable. Cada vez, más. Ves cerca el objetivo y no terminas de alcanzarlo. En el camino aparecen el cansancio, la duda, la ansiedad, aunque la esperanza por superar la prueba pueda muchas veces con todas esas reticencias. Se parece a París. Desde la Plaza del Obelisco, se ve al fondo el Arco del Triunfo. Sólo hay que recorrer los Campos Elíseos. Pero andas, y andas y andas, y no llegas nunca.
Quien llegó anoche fue el colista de la mano de Asier Garitano, un guipuzcoano en el exilio futbolístico. Casi sentenciados, los castellonenses se jugaban las pocas opciones de sobrevivir en esta categoría que para algunos equipos es gloria bendita y para otros, un infierno. Entre estos, se encuentra sin duda la Real. Esta misma semana se ha dejado ver el entramado del plan que se prepara. Los de Primera, en Primera, con recursos, mayor negocio y múltiples recursos. Los demás, que se busquen la vida porque no hay sitio, ni dinero televisivo, para tantos. Es decir, que el toro ha afilado los cuernos. Si te empitona, el destino no será la isla idílica de Peter Pan.
Ansiaba la victoria, porque suponía alcanzar 67 puntos desde los que coger aire para el asalto final a la fortaleza. Enfrente estaba el colista, montadito atrás como el lomo o el jamón, y se defendió como gato panza arriba, con once, con diez, con nueve, con ocho y con Lledó. Ocasiones, remates, paradas y cero-cero. Precipitados en vez de veloces y tensos cuando el final de la liga no termina de llegar como queremos. Necesitábamos un líder como Peter Pan, pero la batalla la ganaron los piratas.