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Terminaron bañándose en calzoncillos

Llegamos al Carranza como las gallinas en pepitoria. Cocidos y asados. Recordé mucho a Miguel Mari Etxebarren.  El popular "doc" era un hombre entrañable, profesional en lo suyo y muy jovial en las charlas.  Si querías reír sin freno, no tenías más que acudir a la cena que organizaba la Escuela de Entrenadores de Gipuzkoa. Las tertulias eran muy amenas. Casi siempre contaba las mismas historias. Nos la sabíamos de memoria, pero siempre parecían diferentes. Pronunciaba muchas frases célebres. Una de ellas se refería a ese momento en que las partes pudendas se pegan a los muslos cuando la chicharra aprieta y sudas cosa fina. Esa situación la calificaba como "pelotas albardadas".


A lo mejor suena rancio, poco higiénico o tal vez irreverente, pero este sábado soporté un carrusel de sofocos. No solamente de "allí" donde se imaginan, sino de todos los territorios y confines que delimitan mi jacarandosa silueta. ¡La madre que les parió! . ¿Cómo es posible que aguanten?. Añadamos además que las obras de este campo han derruido la grada principal, la de sombra, y que toda la nobleza (palco presidencial y cabinas de prensa) ocupa la tribuna este. Aquella en la que el sol te pega de frente cuando camina hacia el ocaso. Ayer nos miraba con una mala leche impresionante, sacudiendo de frente y sin piedad. Ante tal lamentable marco, me enchancleté, cambié los pantalones por las bermudas que enseñaban unas pantorrillas blancas como la leche. Puse sobre la cabeza un casquete y ante los ojos unas soberbias gafas de sol. Imagen más propia de un alemán de vacaciones que de enviado especial a un partido trascendente.

Como las televisiones no se apiadaron, los dos equipos saltaron al césped a calentar a las cinco y media y comenzaron el partido media hora más tarde, albardados hasta las pestañas. ¿Por qué el Betis pudo jugar cuando salen a pasear las estrellas?.  Este año no habíamos sacado un solo punto en Andalucía. El peso de la realidad  y el entorno climático no llamaban al optimismo por mucho que el partido fuera calificado como casi decisivo. El equipo recibió el apoyo de esos impagables seguidores que recorren centenares de kilómetros. ¿Para qué?.

¡Para ver ganar a su equipo!. Cuando se intuía un partido complejo contra un rival crecido, las tres dianas de Carlos Bueno pusieron en franquía el match, los puntos y el ascenso. La Real no ofreció ni una sola fisura, ni tampoco dudas. El equipo funcionó como tal en todas sus dimensiones y parcelas. Marcó cuando más daño le podía hacer a su rival. La tarde calurosa terminó en la Playa de la Victoria, con mogollón de realtzales bañándose en calzoncillos (algunos en bolas), al tiempo que el equipo de sus amores se montaba en un avión.

 

Iñaki de Mujika