Allá por los años sesenta, la gran mayoría de los alumnos del colegio en el que estudiaba disfrutábamos, un día al año, de una jornada festiva, una excursión con visos de crucero. Se organizaba una flota de los autocares de entonces en toda regla. No existía ni la A-8, ni el desdoblamiento de la N-1, ni la A-15, ni similar. La carretera de la costa garantizaba los mareos en las curvas de Deba y, por el interior, iniciabas la subida a Etxegarate siendo joven y llegabas a Alsasua casado y con hijos. Recuerdo que una de aquellas jornadas nos llevó al Santuario de Arrate, misa incluida, antes de asistir en Markina a un partido de exhibición de cesta punta.
Los niños cantábamos a la ida y a la vuelta. Era de obligado cumplimiento agradecer al centro el detalle de sacarnos de la escuela. Por eso, según quien rigiera cada convento, la letra variaba. "Qué buenos son los Hermanos de La Salle, qué buenos son que nos llevan de excursión".
En la estrofa se cambiaba la titularidad en función del centro: escolapios, franciscanos, salesianos, combonianos o redentoristas. Como en los tiempos a los que me refiero no existía la co-educación, ignoro si las niñas hacían lo mismo con sus monjitas. Pero, si es así, cabría añadir: teresianas, jesuitinas, irlandesas, carmelitas o adoratrices del Santísimo Sacramento.
Este fin de semana he recordado la época. Hemos venido a Elche de tocada, es decir con poco estrés, nula emoción y resacosos. Después de varios días jubilares, tocaba concluir el campeonato. Cuarenta y dos jornadas entre pecho y espalda, felizmente conclusas.
Los realistas se han pasado la semana montados en un autobús, recorriendo calles y ciudades, saludando desde las balconadas, y jamando a dos carrillos en cada una de las muchas mesas en las que se han sentado. Menos mal que el médico no ha usado las pinzas de la grasa para comprobar el estado de la cuestión líquida y sólida que llevan sus cuerpos. Los números les iban a condenar a ilimitadas series de abdominales.
Martín Lasarte descartó a unos cuantos para el último compromiso. Otros lo habían hecho antes por lesiones o malos estados de su cuerpo. En Elche tampoco estaban para muchos trotes. Incluso, durante la semana parecieron reavivarse internamente las disputas tradicionales de moros y cristianos. Con ese panorama tan emocionante, en el Martínez Valero se dieron cita unos cuantos aburridos que no llegaron a tres mil. El partido, obviamente, no les iba a sacar de su letargo. Molina marcó los goles necesarios para ser pichichi y Albistegi e Illarra debutaron con la roja, la segunda equipación de los realistas. Poco más y felices vacaciones.