La última vez que pisé Roma quise visitar el Estadio Olímpico. Allí juegan los dos principales equipos de la capital italiana. Las hinchadas de la Roma y la Lazio representan dos mundos diferentes, como sucede en todas aquellas ciudades en las que conviven dos equipos en la elite. Era el quinto día en la ciudad del Tíber. No podía con mi alma. Andar y andar y andar, viendo museos, iglesias, cuadros, esculturas. Alguien se empeñó en acudir a Villa Borghese, allí donde existe una galería artística impresionante.
No olvido un "David" de Bernini que me impresionó. Hecho en mármol, transmitía desde su rostro una fortaleza inusitada. Han pasado muchos años desde entonces, pero creo que siguiendo el cauce del río llegamos hasta el Foro Itálico, pasando antes por el Stadio Flaminio.
He necesitado recordar todo esto ahora que Javi Garrido acaba de ser fichado por la Lazio, otro club en azul y blanco, como el Manchester City o la Real, las dos últimas entidades en las que defendió sus colores. Su nuevo equipo vive desde hace más de cien años y en su historia destacan sucesos de todo tipo. Unos políticos, contrarios a quienes querían fusionar a todas las entidades romanas en una sola. Otros económicos, con la sociedad involucrada en apuestas ilegales, amaño de partidos o con el presidente Cragnotti salpicado por escándalos financieros.
Sucesos en el tiempo. Por encima, perdura la rivalidad de dos equipos, dos sociedades, dos estilos. La Roma es tradicional, de derechas, fundada por el partido fascista. Los "laziales" pertenecen más a la clase media, menos glamurosa. Cada vez que se enfrentan hay bronca. ¡Son italianos!.
Javier Garrido deberá pronto sintonizar con esta realidad. No le sonará demasiado extraña, porque en Manchester conoció cómo se las gastan las aficiones encontradas. Incluso, probó "la medicina" de un monedazo que en un derby le abrió la cabeza. Cambia el inglés por el latín moderno, la monarquía por la república, la libra por el euro, la iglesia anglicana por el Vaticano. Encontrará la historia de las civilizaciones en cada paso. No necesitará echar monedas en la fontana de Trevi, porque vivirá allí, por lo menos los cinco años que ha firmado en su contrato.
El idioma, la pasta italiana, los helados, las tiendas de ropa, el arte, los enormes atascos, el griterío de la gente, las plazas, las calles del Trastevere, el arte a pie de calle y en estado puro. La Roma que enseñaba Fellini, la Dolce Vita.
Al futbolista le vuelve a cambiar la vida. En 2007 debió salir de la Real, porque el club necesitaba dinero y le traspasó por millón y medio de libras al City de Manchester. Su contrato concluía el próximo 30 de junio. No deberá esperar, porque alcanza un acuerdo al alcance de muy pocos tal y como están las cosas en el mundo actual.
Ha vivido la apasionada locura de un club abarrotado de futbolistas, fichados a golpe de talonario por Sulaiman Al-Fahim. Quizás todo le ha pasado por encima, desde Eriksson a Mancini, sin olvidar a Mark Hughes, el técnico que le condenó al ostracismo. Ahora puede y debe encontrarse consigo mismo. Volver a ser él. Volver a ser el lateral izquierdo que apuntaba a la selección absoluta. Este verano sonaron tambores de retorno que conoció, pero su futuro apunta a otra experiencia, posiblemente más racional y menos agresiva que la anterior. Dispone de mucho tiempo para demostrar sus valores físicos y químicos, deportivos y humanos. En esa travesía me gustaría encontrarme con él, sentirle más cerca. Me duelen las distancias.