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“Moll Oest”, sentado en el muelle de la bahía (El Masnou)

Llegamos de noche al puerto de El Masnou, población de "El Maresme" barcelonés. Aparcamos coches y motos antes de entrar en "Moll Oest", un restaurante redondo y grande que presenta espacios que los clientes eligen en función de sus gustos. Renunciamos a la pérgola abierta al mar y optamos por el salón interior decorado por Pilar Líbano, una interiorista que decidió crear una atmósfera cómoda, sin agresiva decoración, con presencia notable de elementos marinos y no excesiva cercanía entre mesas. Asientos confortables, al menos el mío, cosa que agradezco infinitamente.


Lo de menos era el menú de la cena, porque prevalecía claramente el encuentro. Llevaba tres años sin pisar Barcelona, los mismos que la Real ha militado en Segunda. Demasiadas ocupaciones de todos impedían en este tiempo que nos sentáramos a una mesa para charlar de casi todo. David Barrufet, Fernando Barbeito, Jose Montero, Gorka Zelaia (cuánta y gran historia deportiva protagonizada por ellos) y quien esto cuenta. Hablamos de todo. De balonmano, de baloncesto, de directivos, de federaciones, de elecciones, de entrenadores, de fútbol, del fichaje de Raúl Tamudo, vecino por cierto de uno de los comensales, de política, de economía, de vacaciones, de hijos, de estudios, de proyectos y realidades…Vamos, que le dimos a la sin hueso durante mucho tiempo y sin mirar al reloj. 

Así cayeron primero las cervezas, luego alguna botella de "Lambrusco", ese vino fresco, amable, rosado y afrutado, que te entra como si fuera agua mineral. Entre medio, las cosas que fueron apareciendo sobre la mesa. Cuando estoy a gusto, muy a gusto, con la compañía olvido pronto qué hemos comido. A veces lo tengo que preguntar.  Me pasó en "Cal Xim" y casi me sucede ahora lo mismo. "Navajas vivas a la plancha con ajo y perejil", seguro. Dos bandejas hechas a la parrilla. "Croquetas caseras" creo que también. El segundo plato compartido por todos fue un "Arroz a Banda al estilo de Santa Pola con Espardenyes". ¡Falta algo en los picoteos, pero por más vueltas que le doy no me viene nada a la cabeza!. Tal vez, algo cercano a una ensalada. Pasamos de postres y nos fuimos al café, antes que a las copas.

Cayó la primera sin movernos. Como era bastante tarde, nos invitaron a pasar a otra estancia, un espacio de coctelería y música, que en ocasiones ofrece actuaciones en vivo. Posiblemente sonó una canción fantástica de Otis Redding "Sentado en el muelle de la bahía". Venía al pelo. Las copas ocuparon la mesa. Primero, unas. Luego, otras. Vimos pasar varias veces un coche de la policía municipal haciendo la ronda de noche. Cuando salimos del recinto era cerrada y se veían las estrellas. Sonaban las jarcias y los cendales de los veleros amarrados. Suave y fresca brisa. Abrazos, besos, buenos deseos y generosidad porque, pese a que los catalanes tengan fama de no gastarse un duro, nos invitaron.

El día después fue duro y resacoso. Entre el calor y la humedad, entre el bochorno y las derivas de una noche larga, se me hizo poco glamurosa la visita a la catedral. Por cierto, en la puerta gobernaba una señora vestida de uniforme que impedía la entrada a cuantas féminas, señoritas, mayores y jóvenes trataran de pasar con escotes pronunciados, camisetas de tiras o pantalones o faldas a la altura del muslamen. ¡Para atrás!. Diez escaleras más abajo, una señora vendía por un euro , con cómplice sonrisa, una especie de pasminas o pareos que permitían taparse y así acceder al recinto eclesial. ¡Eso es oler los negocios!.

Iñaki de Mujika