Vino gente a cenar a casa. Más bien a picotear, porque no estaba por la labor de perderme un solo minuto del partido del Nou Camp. Así que platos fríos. Fueron llegando más puntuales que nunca. Preparada la mesa con mantel, platos, cubiertos y vasos, vino de la Ribera del Duero que alguien trajo. Repartidos de la mejor manera posible, circulaban los embutidos, los espárragos de Lodosa, un poco de paté, atún con antxoas, una tortilla de esas que venden plastificadas y varios quesos. Suficiente.
El partido del año congregó a muchas personas en casas de amigos, bares o cafeterías. Casi nadie quiso perderse un encuentro que resultó grandioso. La prensa de Madrid, en los días previos, trató en sus informaciones de igualar el partido, diseñando un encuentro intenso, corto en goles y paritario. Hablaban de los pequeños detalles que pudieran decidir la contienda. A la vista del resultado final, olía más a deseo utópico que a realidad. El Madrid ni apareció.
La salida al campo fue triunfal, las gradas dieron color con sus tifos y cartulinas. Las grandes citas se preparan con mimo. Dicen que cien millones de personas repartidas por el mundo vieron el encuentro. Al mismo ritmo que dominaba el Barça se vaciaban los platos de la mesa. Un gol, griterío. Otro gol, jauría. Un tercero, algarada. Un cuarto, asombro. Un quinto, perplejidad.
Cuando pitó Iturralde el final se acumularon en el tiempo reciente las enormes sensaciones de distancia entre el juego de unos y otros. No hubo color. Bueno, sí, blaugrana. El Barça lo bordó disfrutando con la precisión del toque y la eficacia del pase. El segundo tanto llegó después de 21 pases en menos de un minuto. El Madrid se desquició. No esperaba ni el repaso, ni la manita. Sólo Xabi Alonso dio la cara y se atrevió a contestar a los micrófonos. El resto optó por el silencio o el reconocimiento del triunfo rival. Es el caso de Mourinho que se hartó de afirmar que el resultado "es muy fácil de digerir". A esta hora, tengo la sensación que le va a costar bastante más a él que a los que cenaron en casa.
El Barça arrolló a un equipo que corrió "como pollos sin cabeza", tratando de presionar y perseguir a su oponente sin conseguirlo. Los goles fueron cayendo al ritmo que aumentaba la sensación de impotencia. Al margen de entradas, posible penalty, gestos pocos deportivos, el fútbol, lo que se dice fútbol, sólo lo puso quien ganó, además en forma de chorreo.