EL lunes pasado después de la tertulia en Gipuzkoa Telebista, Mikel Recalde, con un puntito de coña, me preguntó "¿Vas a abrir paréntesis?". Pude mandarle a tomar por donde amargan los pepinos, pero preferí ser correcto y educado. Le contesté rotundamente y sin vacilar que "no". Se refería obviamente a los beaterios relacionados con los encuentros que la Real disputó en el Nou Camp, Bernabéu y Madrigal, cuyos propietarios me parecían entonces superiores a la Real. En aquellos partidos abría y cerraba paréntesis. Entendía que arañar algo en esos campos era misión poco menos que imposible. Pasado el tiempo, confirmo la apreciación y sigo pensando lo mismo. De hecho, los tres van a ser semifinalistas en las competiciones europeas que disputan.
Cuando disfrutaba con la filosofía y el pensamiento, me hablaron un día de Richard Rorty, un norteamericano ya fallecido que discutía sobre el relativismo. Esa corriente filosófica sostiene que cualquier verdad o pensamiento, cualquier teoría o creencia son tan buenos como otras tantas y por eso no podemos pretender que una sea la auténtica o la más válida. Rorty defendía que las cosas valen no en sí mismas sino por las consecuencias prácticas y útiles que ofrecen en relación con lo que se quiere conseguir. Trasladado al fútbol, está claro que se mueven en torno a una idea, equipo u objetivo, decenas de opiniones, respetables, pero solo válidas cuando los acontecimientos las confirman. Hasta que eso sucede, vueltas y vueltas a lo que pudo ser y no fue.
Quienes nos quedamos desde el principio conviviendo con el objetivo que entendíamos único e irrenunciable seguimos en él. Hemos sido pocos los fieles a la común idea de alcanzar 43 puntos y mantenernos. En torno a las euforias se han descarrilado varios vagones y ahora que se trata de enderezar el rumbo y volver a la vía, han llegado las prisas, los miedos, los temblores, las dudas y las desconfianzas. ¡Estamos bien! Incluso, el vestuario y parte de su entorno se despistó y eligió una brújula diferente cuando la que tenía entre manos era la buena. Lo que era evangelio ahora es apostasía.
La sesión del miércoles enseñó a los futbolistas la colección de errores cometidos ante el Hércules, desmenuzados, como la papilla que se les da a los niños, cucharadita a cucharadita. Cada uno pudo comprobar la cruda realidad. El objetivo está claro: corregir errores y rectificar. Para ello era necesario aumentar el nivel de concentración y fortaleza. No te puedes venir abajo si te marcan un gol. Las caras de los jugadores hace una semana eran un páramo y su entorno parecido al patio de Monipodio, cuando le preguntan a un gentilhombre: "¿De qué tierra es vuesa merced y hacia dónde camina?". La persona preguntada respondió: "Mi tierra, señor caballero, no la sé, ni para dónde camino, tampoco".
Era obligatorio reencontrarse, mirarse todos a la cara y decirse las cosas, tratando de encontrar respuestas solidarias cuanto antes. La primera oportunidad para demostrar el aprendizaje de la lección y la reacción esperada estaba a orillas del Manzanares. Plaza complicada por muchas razones. Martín Lasarte le dio mil vueltas a su cerebro hasta estrujarlo, después de reunirse con los de arriba, con los del medio y con los de abajo. Modificó algunas cosas sin mirar más allá de las rayas colchoneras de los Costa, Agüero, Forlán, Reyes y compañía, aún a sabiendas que siete días más tarde llegaba el Sporting de Gijón. El encuentro ante los de Manolo Preciado es a esta hora una final, se mire por donde se mire. Ayer estuvimos muy lejos de ser un equipo competitivo y necesitamos con urgencia darle la vuelta, antes de que nos pase por encima la marea y se acaben los créditos.