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Sobrevivir cuando parece imposible

El Bidasoa logró el objetivo que parecía imposible a lo largo de la temporada cuando las cosas se fueron complicando en lo deportivo y en lo económico. En este sentido, aún más. A la plantilla se le deben unas cuantas mensualidades, sin que nadie haya sido capaz de dar una respuesta seria y convincente al respecto. Tampoco el cariño ha sido un compañero del complicado viaje hacia la salvación. Las palabras, los gestos, no cuestan pero ayudan a perseverar en el empeño.


La entidad corre importantes riesgos. Su deuda, por una mala gestión de los recursos, es considerable. En tiempos de crisis y dificultades todo se complica más y no es fácil atisbar soluciones, encontrar personas emprendedoras y desarrollar un plan que sea, cuando menos, capaz de premiar y valorar en su justa medida el esfuerzo de los jugadores y su técnico, porque sólo ellos han hecho posible el imposible final.

La actual plantilla del equipo irundarra se compone prioritariamente de jugadores de la casa, con dos nacionales y tres extranjeros que aterrizaron aquí como podían haberlo hecho en Huelva. Ante la falta de pago de sus emolumentos, el pasado diciembre estuvieron cerca de no volver de sus países de origen. El vestuario ha vivido en la zozobra, porque nadie les ha ofrecido un solo haz de luz en la sombra. Además de los problemas que se derivan de la paupérrima situación económica del club, aún debieron escuchar palabras poco recomendables. Se les llegó a decir que un descenso pudiera conllevar la desaparición del club y que esa era su responsabilidad.

Cualquier otro equipo hubiese denunciado la situación o hubiera entregado la llave y las bolsas. No lo hicieron. Tal vez porque eso era claudicar y dar razones a la incompetencia e inoperancia que les han rodeado. Cerraron la puerta y aguantaron. Mordieron polvo muchas veces, callados, sin querer hacer daño porque por encima de todo han valorado que está el club y su enorme historia. Así, paso a paso, fueron acercándose al final del campeonato.

Pidieron ayuda por todas partes y ésta llego desde fuera. Los aficionados de siempre y los que no vivieron la época dorada se juntaron para evitar el naufragio. El equipo hizo el resto. El día en que Artaleku se volvió a llenar, el día del partido decisivo, el equipo obtuvo la victoria y con ella el premio de la salvación. Lo merecían con creces. Muchos lloraron al final del partido, cuando se certificó la permanencia de forma matemática. Han sido muchos meses de pesadilla, que obviamente perdura porque su situación no ha cambiado en nada. Dicen que la unión hace la fuerza. También, la perseverancia y el empeño. Si los jugadores no hubieran creído en sus posibilidades, a esta hora estamos hablando de otra cosa.

La solución que avale el fututo no es fácil porque todo se ha ido complicando en el tiempo. Los actuales rectores han dispuesto de tiempo suficiente para reconducir la nave. No lo han conseguido ni por aproximación. La deuda estimada en trescientos mil euros pesa demasiado. Los rectores deben decir adiós y plantear un nuevo marco de personas, ideas, medios, recursos y gestión. En caso contrario, no hay futuro.

Iñaki de Mujika