Iba sentado en el autobús de línea, cerca del conductor. Como tantas mañanas la gente subió, pasando la txartela por la maquinita que cobra. Suelo fijarme en las personas que acceden para comprobar el comportamiento con el chófer. Hay personas que le saludan y otras que pasan de largo. ¿Cuesta tanto desearle un buen día?. Así las cosas, el pasado martes, saliendo de la tercera parada, de repente desde atrás se oyeron voces de atención, como gritando. El conductor paró, miró por el retrovisor, comprobando que una chica joven llegaba angustiada tratando de alcanzar el vehículo que se le escapaba. Pie al freno, apertura de puerta y exclamación del señor que conducía: "No ganamos ni para sustos".
La rubia señorita de cara sonrosada accedió al vehículo, abonó los dos euros con quince céntimos y buscó acomodo en alguno de los pocos asientos que quedaban. La tranquilidad y cierto silencio volvieron a ser los habituales compañeros de viaje. Tuve la misma sensación que el chófer. Ante el vocerío de los clientes creí que algo más grave pasaba. Quizás porque ya llevaba acumulada parte de preocupación o de tensión, o porque a esas horas tempranas de la mañana cualquier incidencia alborota. En el transcurrir de los kilómetros mi cabeza se enzarzó en la misma idea. El partido de anoche circulaba por los recovecos del cerebro y daba vueltas y vueltas.
La preocupación desembocó en insomnio después de ver los partidos del martes y conocer la incidencia de sus resultados en la clasificación. La miré de arriba hasta abajo, sumé, resté, multipliqué, comparé y concluí. Pase lo que pase contra el Zaragoza y pase lo que pase en Sevilla, ganando al Getafe en casa el último partido del campeonato estamos a salvo. Pero jugártelo todo a una carta, esperar a la jornada final, es un calvario que no merecemos. Dormí lo mismo que los búhos. Los ojos como platos y el cuerpo aburrido de dar vueltas sobre el ancho colchón. A las seis de la mañana de ayer ya estaba ante el ordenador repasando crónicas y datos e imaginando las alineaciones de Anoeta y las posibles claves del partido. Aunque nos quedaba otra bala en la recámara, creí que lo más saludable para todos era derrotar a los maños y dejar el paquete en otras manos.
Cada persona que se cruzó en el camino me habló del partido. Que si los bilbaínos no habían dado la talla, que si el Atleti en Santander, que si Lotina, que si el Málaga del jeque, que si los porteros del Madrid, que si olía a pufo…La cabeza que ya estaba bastante atolondrada terminó zumbada, casi tanto como las maracas de Machín. Y entre eso, el viento sur y las ganas de acabar, dirigí mis pasos hacia el estadio un poco "zombi". ¿Ganaremos?. ¿Qué equipo sacará?. ¿Podremos con la presión y con el rival?. Busqué el anunciado camión de pañales que se intuía aparcado en los alrededores, cruce el umbral de la Puerta "0", crucé mi cara con las de los demás, apreciando cierta palidez en la mayoría. Voy pronto al campo y esta vez el tiempo de espera se hizo eterno. En la porra puse un favorable tres a dos.
Los partidos duran noventa minutos. La primera mitad vivimos en la confianza tras el gol de Tamudo y las mejores sensaciones realistas frente a un Zaragoza que no se acercó ni a saludar a Claudio Bravo. Los descansos a veces nos sientan fatal. El equipo salió reculando, lento y presionando poco en la medular. Los maños cogieron el timón y se pusieron rumbo al empate. Una magistral falta lanzada por Gabi se lo concedió. A partir de ahí, me acordé del chófer del autobús. Errores y fallos encadenados. Uche pierde la mejor oportunidad de los rivales para hundirnos en la miseria. Llegaron nuestras incorporaciones y volvimos a pesar más. El brazalete lo lleva quien lo lleva y Aranburu aprovecha un disparo desde la frontal para enviar a la grada más emoción y alegría. Los cinco minutos de prolongación casi me matan. Estoy muy mayor y no gano ni para sustos. Menos mal que el coco pasó de largo.