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Una cuesta en Benabarre

Llegamos a Benabarre, población oscense famosa por su castillo. Metidos como estábamos en subir y bajar cuestas, tomamos la dirección del centro ciudad. Calle Mayor y Plaza Mayor. Justo en ese momento sale un coche. Aprovechamos la oportunidad para aparcar. Queremos ascender a la fortificación que está en lo alto.


Preguntamos a una señora embarazada. Hay dos opciones. Una, vertical, por empinadas escaleras. La otra, más larga y tendida. Es la que elegimos. El camino no cautiva en exceso, quizás porque han dado las dos de la tarde y aprieta el sol. El sofoco se incorpora paulatinamente y la meta no parece llegar nunca. Por fin, la última empinada calle Armellera. Junto a los últimos edificios un banco reparador y a la sombra. Nos sentamos, a tiempo de comprobar que en la puerta se han instalado andamios, que trabajan obreros y que no se accede a la fortificación. Nos quedamos con la visión lejana y creo que suficiente, porque creo que ni Iker, ni yo, aguantábamos cien metros más. Contemplamos la llanura que rodea la población y perdemos peso aprovechando uno setos mal cuidados.

Al bajar, que siempre es mucho más fácil, nos fijamos en la Casa Vergara, en algunos arcos, anteriores a Casa Curós. Pasamos por varias tiendas abiertas de ultramarinos. Estuve a punto de comprar unas cerezas de muy buena pinta, pero se hubiesen pasado. Al coche le pegaba el sol cosa fina. Dudamos en quedarnos a comer. Nada nos llamó la atención. Bueno, sí. Al pasar por la chocolatería Brescó clavé los ojos en el escaparate que decía "cómeme, cómeme", pero no hubo bocado posible. La puerta estaba "tancada". Una pena porque todo enseñaba una pinta buenísima. Llama la atención que en este territorio, cercano al Ribagorza, límite entre Aragón y Catalunya, sus habitantes hablen catalán con acento aragonés y al revés.

Sin mucha hambre buscamos Lleida. El cielo se fue tornando  plomizo, antes de llegar al hotel. Bien elegido con spa, piscina y jacuzzi. Siesta, uso de instalaciones y paseo por la capital. Nos cae un chaparrón monumental. Bajo un paraguas tratamos de resguardarnos, pero acabamos como sopas. Pasamos por el campo de fútbol, Nos sugieren que vayamos a un concierto de "El Consorcio", que se hospedan en el mismo establecimiento que nosotros, pero preferimos seguir en la calle, viendo escaparates y paseando junto al Segre. Aparcamos en Blondel, vemos la catedral nueva, un par de iglesias, pero sin demasiado fervor.

Una ensalada de tomate, unos huevos rotos con patatas y posiblemente un helado (no me acuerdo bien) hacen la noche más cercana.

Iñaki de Mujika