"Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero" son versos que un día escribió Machado y que aprendí de memoria mucho antes de conocer la ciudad en la que nació el poeta. De aquella primera vez hasta ayer habré paseado por sus calles decenas de veces. Unas por la obligación y otras por devoción. Anoche ni lo uno, ni lo otro. El club hispalense es uno de los que abrió puertas en la primera jornada dejando pasar a las emisoras. Tuve la tentación de intentarlo de nuevo, pero a día de hoy puede más el mantenimiento firme de una postura adoptada que la tentación de traicionarla.
Así que, en la emisora y viéndolo por la tele. Esta situación que padecemos todos permite comprobar que los encuentros seguidos por la pequeña pantalla son infumables. Ni se ve, ni se distingue nada. No me explico por qué la gente encima paga. Se comen jugadas importantes, no te enteras de las repeticiones, no hay un plano corto ni por aproximación, no tienes una visión periférica de las jugadas, no sabes quien calienta en la banda si es que alguien se prepara. No hay sonido ambiente, las tomas parecen estar hechas desde la luna y no vives el partido ni aunque te metas un chute. Ahora me explico, porque no lo entendía, que los aficionados quiten el sonido del monitor y pongan el de la radio.
Sevilla es una ciudad maravillosa y recomendable, sobre todo en la época en la que no hace demasiado calor. Es el único sitio en el que he pagado cincuenta euros para montar en calesa tirada por un jaco. Sin prisa paseas por las calles céntricas en las que huele a azahar cuando florece. Pateas Sierpes, la Plaza Nueva, Santa Cruz o Macarena y siempre encuentras algo nuevo, algo que te llama la atención. Las tascas mantienen el sabor de lo antiguo. En las viejas estanterías viven botellas que nadie consume, pero sólo allí verás las etiquetas de ponches, anís y cazalla, finos, quinas, moscateles, moriles, montillas, quitapenas, olorosos, barbadillos y los Pedro Ximénez que tanto me gustan.
Solemos juntarnos varios compis a comer o cenar según cuadren los horarios. Es fácil encontrarnos en "Sol y sombra" o en "Casa Modesto". Menú sencillo e irrepetible: Jamón, tortillitas de camarones, puntillitas y algo de carne. Picoteo que sienta estupendamente con un par de birras. Si pillas noche, es obligada una vuelta por la calle Betis. Está llena de garitos que se petan. Siempre hay gente que canta y baila. Cuando suena una rumba es imposible quedarse quieto. El cuerpo se cimbrea y los pies se mueven aunque no les dejes.
El día del partido es obligado el paseo por la calle Pureza. Allí se encuentra la pequeña Capilla de los Marineros. Dentro, como si te mirara fijamente, la imagen de la Esperanza de Triana. No hay muchos bancos, pero siempre encuentras un sitio en el que sentarte y pedir por tus cosas y por el equipo. Es un rato devoto. Luego, viene el desayuno en la terraza del Altozano. Café con leche y porras, que son churros a lo grande, y un vaso de agua. La primera vez que lo pedí, el camarero contestó: "Sí, agua de El Aaiún". Puse cara de extrañeza, porque no entendía que llegara el agua desde el Sáhara. Sonriendo, mientras se marchaba, gritó; "agua del ayun…del ayuntamiento". Tienen mucha gracia.
Por eso ayer eché en falta Sevilla y la convivencia con los compañeros enviados especiales de la prensa escrita. Gorka Zelaia y yo nos acordamos mucho de esos ratos con Mikel, Ángel y Jorge, con quienes tantas cosas compartimos. Sin duda, también el fútbol. No piensen en otra cosa que no sea la pasión del partido, ver a los nuestros sufrir a veces como bellacos, persiguiendo rivales y balón. También disfrutando con las victorias, con los momentos impagables que el equipo es capaz de ofrecernos y que se los contamos a nuestra manera. En campos como el de anoche, no perder es salir del estadio rezumando alegría por los poros. ¡Han sido tan pocas veces!.
Entre ellas, una inolvidable. Era la primera temporada con extranjeros. Nos jugábamos en el Pizjuán una plaza europea. Aldridge transformó un penalty que le hicieron al malogrado "Musti" Mujika para ganar (0-1), concluir la liga en quinto lugar y conseguir competición continental. Aquella noche el club organizó una cena en "Rio Grande", el afamado restaurante de Paco Ramos, un sevillista hasta las cachas al que años más tarde le concedieron el Tambor de Oro donostiarra. En las mesas se sentaron jugadores, técnicos, directivos y los periodistas que cubrimos el partido, porque nos invitaron a compartir la alegría del momento. ¡Igualito que ahora!.
A los postres se presentaron el presidente Cuervas, su esposa y el capitán del equipo Salguero. Vino más tarde un coro que interpretó la salve rociera y unas rumbas que tratamos de seguir dando "palmas a la norteña". De aquello hemos pasado a que no nos dejen pasar al estadio y que si lo hacemos entre el público aparezca un vigilante que nos requisa micrófonos de mala manera, sin que nadie tenga la valentía de dar un paso al frente y decir quién o quienes dieron la orden. A esos, evidentemente, ni les necesito, ni les echo en falta.
Antes de terminar quiero enviar un saludo al director general del Sevilla, José Maria Cruz, que calificó de "golfada" la reunión en la LFP, cuando pocos días después de la que ellos convocaron en su campo comprobó el talante de quienes deciden en esto del fútbol. Si lo dice uno que está dentro, no le voy a discutir. Me sorprende que le sorprenda. Y por supuesto, Kanouté nos volvió a meter un gol que esta vez les sirvió para ganar.