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¡Levantar la pierna y enseñar el paparrús!

La primera y única vez que entré en el Plata coincidía con la disputa de una Supercopa de balonmano en Zaragoza. Por lo menos, veinte años de un sábado por la noche porque lo cerraron en 1992. Aquel emblemático lugar gozaba de mucha fama. Se trataba de un local al que acudían sólo hombres "berdekeris" que se distraían con los ajamonados muslos y los acanalados escotes de las vedettes de turno. El público que se citaba allí pertenecía a clases sociales muy distintas. Se mezclaban los curiosos de turno, los viajantes, los agricultores de los pueblos, popularmente conocidos como los de "la boina", junto a los soldados que hacían mili en el cercano cuartel de San Gregorio. La mezcla era explosiva.


El escenario era muy pequeño. Apenas cabía un piano y pocos metros más para un par de cupletistas. El mayor espacio era para las mesas y sus clientes. El techo enseñaba unos plafones llamativos, con moldura de escayola imitando mármol, como las columnas o los zócalos. Los viejos espejos eran más decorativos que eficaces. Un cierto aroma de art decó se daba de bruces con el fondo de la sala, pintado con palmeras que otorgaban un cierto aire tropical.

La sala se encuentra en el popular "Tubo". En un bar cercano picamos algo. En la puerta se notaba el barullo. No quedaba mucho para comenzar la sesión de noche. Los veladores de formica estaban llenos. La gente de pie en los pasillos laterales. Los camareros tan viejos como el local vestían de negro y con pajarita. En sus manos bandejas plateadas llenas de copas garrafonas. Las primeras filas se llenaban de veteranos calvorotas, con los bolsillos llenos de fajos, sortijas de oro en los gordos dedos y la bulliciosa milicia que cambiaba el caqui por uniforme de escapada de fin de semana.

Marga Castillo y Mary de Lis eran algunas de las afamadas artistas, cantantes o vedettes que se subían al escenario. El primer bochinche se produce cuando un pianista regordete, escaso de pelo y metido en años, se sentó ante el teclado. Al son de corcheas y semifusas, sonaban los cuplés de letra picarona, mientras se hacían guiños a los clientes más animados y se enseñaba algo de pierna. Todo in crescendo, más y más, hasta que llegaba el momento esperado, el clímax de la euforia contenida. La corista de turno levantó la pierna enseñando el paparrús, aunque en el camino se dieran cita puntillas, enaguas, cancanes y ligueros. Ver no se veía nada, pero imaginación…Salimos entretenidos del Plata, más por los espectadores que por lo ofrecido en el escenario.

De vuelta al hotel pasamos por una pastelería cuyo escaparate estaba abarrotado de adoquines, caramelos de todos los tamaños, más duros que una roca. A la mañana siguiente, antes de la final, compré un surtidito de tamaño medio. Lo mejor, el envoltorio. Todos llevan la letra de una jotica escrita en el papel que los envuelve.

Con esos recuerdos afronté el partido de ayer en La Romareda. En horario intempestivo y conviviendo con bastantes dudas. Las que tengo desde hace semanas, porque aún no veo claro qué hay dentro del envoltorio. Si fresa dulce o ácido limón. El partido contra los maños se antojaba una oportunidad ante un rival de esos que llaman de "nuestra liga". Los realistas podían elegir entre la tonadillera o el caramelo pétreo. No hubo dudas. Ni enseñaron nada, ni alegraron a su parroquia. Antes bien, el partido fue patético. A este equipo le falta tensión, atractivo, agresividad y convicción. Hay futbolistas que muestran un alarmante bajón al tiempo que el preparador no da con las teclas necesarias para reconducir una situación que preocupa y no llama al optimismo.

Ayer no entendí bastantes cosas. No cuento con la posibilidad de preguntar en rueda de prensa. Normalmente siempre hemos sido las emisoras de radio las que tratábamos de descubrir los porqués del juego y las decisiones que se adoptan. Quizás hubiera visto algo de luz que permitiera entender los tres centrales tras el descanso o el porqué de los cambios decididos. Los goles de ayer responden a errores, aunque ciertamente el primero de Postiga fue un remate para verlo en la televisión, pero el segundo un puro despropósito. Es como si la policía rodea al ladrón y se les escapa por una alcantarilla. La victoria del Zaragoza fue más cómoda que nunca y el partido de los nuestros paupérrimo y decepcionante. Me quedo sin duda con los cancanes y el entusiasmo de las cupletistas bastante más divertidas que este equipo al que no reconozco.

 

 

 

Iñaki de Mujika