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Una hora viendo pasar corredores

El fin de semana ha sido como una explosión de popularidad. No han sido mítines políticos buscando votos, sino carreras llenas de atletas que voluntariamente deciden competir con miles de personas a su alrededor. En Bilbao se juntan siete mil en una prueba particular como la Herri Krosa en la que, vestidos de blanco, se disputan diez kilómetros tras los que todos terminan siendo vencedores como un concepto que responde a la filosofía peculiar de una prueba que va para los veinticinco años de vida.


La Behobia-San Sebastián se ha convertido en un monstruo que te engulle. Hace no muchos años distinguías a los atletas cuando pasaban por tu lado. Saludabas y animabas. Ahora es imposible, porque se trata de una marea humana colorista, abigarrada, que recorre la distancia en busca de la meta soñada. Como casi todos los años, esperé el paso de los deportistas en el kilómetro dos. En Irún, poco después de superar la primera dificultad que supone la larga cuesta de la avenida de Navarra.

 

Primero el titánico esfuerzo de los discapacitados y el de los ciclistas que les acompañan. Luego, los patinadores y finalmente tras un coche que enseña un enorme reloj con el tiempo de carrera, aparecen las primeras unidades, las favoritas con números bajos. Hace un día soleado, ventoso y caluroso. La gente se aposta en los laterales haciendo sonar palmas. Miro al reloj y acaban de dar las once y cinco. Voy con mi pequeña cámara para sacar algunas fotos que guardo como recuerdo o cuelgo en Factbook. Son manías.

 

Casi una hora más tarde se ve llegar al fondo la ambulancia que hace de coche escoba. Por delante, los dos últimos atletas. Anónimos por supuesto. Reciben más aplausos que nadie. Apunto sus dos números. 24928 y 23539, un hombre y una mujer, con la misma ilusión de los que para entonces ya estaban entrando en la meta. Posiblemente, no llegaron a cruzarla, pero es necesario reconocer su esfuerzo. Muchos deportistas sólo piensan en la victoria, en la mejora personal de los dígitos de su cronometro, cuando existen otros marcos de satisfacción. Simplemente, el hecho de quitarse los miedos, de no sentirse ridículo, vale más que rebajar un segundo de un tiempo.

Iñaki de Mujika