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Je t’aime…moi non plus

Los guateques en los años finales de la década de los sesenta eran una forma de divertimento entre la gente joven. Nos reuníamos cuadrillas de treinta o cuarenta individuos. Los chicos, procedentes de colegios religiosos masculinos. Las chicas, de los femeninos regidos por monjas. La coeducación era una utopía. No existían entonces ni elecciones, ni partidos políticos, ni libertad sexual, ni play station, ni iPod, ni iPad, ni whatsapp, ni tablas de surf, ni snowboard, ni patinetes, ni mil marcas de zapatillas, ni nada de nada de nada.


Quienes lean este beaterio y sean menores de treinta se sorprenderán de la realidad en la que nos movíamos quienes ahora les doblamos en años. Eran tiempos en los que alguien disponía de un tocadiscos portátil, con un par de altavoces chabacanos, una aguja que leía los microsurcos antes de rayarlos y una colección de discos de lo más variopinto. Canciones lentas y movidas, interpretadas casi siempre por gente de Pirineos para abajo. Lo extranjero estaba mal visto. Y el inglés, ni te cuento, porque era una época en la que se limitaba "al sur con la vergüenza de Gibraltar" y a Inglaterra se le llamaba "la pérfida Albión".

Como la formación era estricta y de tolerancia cero, la relación entre nosotros era espiritual, platónica e imaginativa. Un beso era un logro. Un muerdo, una quimera, y más allá era condena segura en el infierno. Por eso, las jóvenes parejas hacían manitas y a escondidas, lejos de las miradas que pudieran cazarte y contarlo. La gente se atrevió también a pasar la frontera y situarse ante la pantalla de un cine en Hendaia o Perpignan y admirar el seno, el coseno y la hipotenusa de las películas porno.

Pero llegó al mercado un vinilo muy subidito de tono, como correspondía al año de su publicación (1969). Lo interpretaban Serge Gainsbourg y Jane Birkin y se titulaba "Je t’aime…moi non plus" (Te amo…yo tampoco). Revolucionó el mercado y las fiestas juveniles. Alguien se hizo con un original que en aquella buhardilla de un impar del Paseo Colón irundarra se bailaba entonces muy agarrado y apretando hasta donde se podía y te dejaban. Ardía Cartagena y se disparaban las feromonas. Era un disco prohibido, censurado por la política de media Europa y por los epíscopos, y que en Francia se vendía hasta agotarse.

Siempre, sin previo aviso, cuando todos sabíamos que la pieza iba a volver a sonar, las luces disminuían su intensidad para crear una atmosfera que facilitara arrumacos, carantoñas, zalamerías, lametones, jadeos y muxugorris. Es decir, se trataba de montar un escenario idílico para conseguir los objetivos en medio de las dificultades instauradas.

La Real de ayer en Sevilla no atenuó la luz. Todo lo contrario. Le apretó el sol de las doce. Lejos de encontrarse un son apacible, una música cadenciosa, escuchó palmas dobladas, bombos y platillos. Otra vez, de amarillo y con alineación novedosa, sin precedentes en el archivo de Montanier. Con Elustondo y sin Mariga. Algo así como una vuelta a los clásicos. El partido olía a final que apestaba. La cara del entrenador en su comparecencia del viernes, también su discurso, enseñó la espada de Damocles. Los futbolistas que comieron entre semana con el fondo de las multas se encargaron de repetir su apoyo al técnico y se comprometieron a realizar un partido como deber ser para salvar su cabeza.

Dicho y hecho. Salida prometedora, penalty de libro malogrado, dos goles de alto standing y sólo quince minutos por delante. Todo parecía hecho, pero, a mi juicio, el preparador se equivocó no con la elección de Demidov sino con el cambio de sistema. Lo que parecía hasta entonces imposible nos condenó a galeras en cinco minutos. El Betis había perdido toda esperanza y se la dimos por desaciertos.

Luego, apareció la heroica en forma de golazo. Otro monumental de Iñigo Martínez, al que nunca le abrazaron tanto y con tantas ganas. Sus compañeros, porque aseguraban tres puntos en tiempo de prolongación. El entrenador, porque a esta hora, si no es por él, iba camino de Francia y los directivos que, por ahora, se ahorran indemnizaciones y gastos adicionales de la nueva contratación.

Creo sinceramente que el equipo mereció con creces la victoria, porque su esfuerzo les había hecho acreedores al triunfo. Además de los goles, un remate al poste y un penalty al limbo. Sin embargo, hay cosas que ni pueden, ni deben repetirse. Seguro que del partido y del resultado se sacan conclusiones. La cita de Heliópolis dio para mucha reflexión. En el escenario menos idílico e inesperado, se agarraron al palo ardiendo. Como en la canción…

Iñaki de Mujika