Juanito Perugorría, como tantas otras veces, abandonó el estadio cinco minutos antes de acabar el partido. Le gusta llegar pronto a la estación del topo y pillar asiento en el vagón que le devuelve a casa. Se toma un par de vinos con los amigos para comentar las cosas del equipo, el resultado y la situación general. Está jubilado y vive con pasión las cuestiones que le ocupan. La Real es una de ellas. Ayer, mientras bajaba disgustado la escalera, cerca de la salida, escuchó una alharaca colectiva que correspondía al gol del empate.
Dudó entre volver sobre sus pasos o seguir el camino diseñado. Optó por lo segundo. Miró de reojo al estadio mientras pasaba a la altura de los camiones de televisión en el preciso instante en que los realistas marcaban el tercero que suponía la victoria. No pudo más. Corrió hacia la puerta grande para impregnarse de la algazara y fruición de los seguidores y celebrar desde la distancia un triunfo que no se atisbaba ni en sueños. El juego del equipo no le había cautivado y se parecía bastante a los partidos precedentes, aunque le gustaran la habitual brega de Agirretxe, ciertas cosas de Elustondo y un aseado tono general hasta la antxoa del segundo que olía a cataclismo.
Posiblemente, me pasó lo mismo que a Juanito, pero en otras circunstancias. Llevaba muchos minutos dando vueltas a la cabeza, imaginando el paisaje de las siguientes horas, los protocolos tantas veces repetidos del cese de un entrenador y la llegada del sustituto. A falta de un par de minutos, el técnico francés estaba con el pasaporte preparado y las maletas a falta de meter el neceser. Su sustituto estaba en su casa, siguiendo el partido por la tele y preparando las mudas, la funda de sus gafas, un par de camisas y otras tantas corbatas clásicas para hacer efectivo el desembarco.
Pero el fútbol propone y los goles disponen. Primero Vela y luego Ifrán le salvaron la cabeza (eso supongo) como una semana antes lo hizo Iñigo Martínez. Si alguien cree que este vestuario le estaba haciendo la cama al entrenador ya puede cambiar de idea. A los hechos me remito. Los jugadores, Mikel González sobre todo, lo festejaron por todo lo alto. Contentos como niños con zapatos nuevos miran hacia arriba al ver alejarse los puestos de conflicto y desesperación. Enlazar dos victorias, sumar seis puntos, mueve montañas. Ellos valoran las cosas a su modo y muchas veces no coinciden con otras mayorías.
Sin embargo, no estoy en ese territorio. Es fácil creer que en el palco, a falta de cinco minutos, todos los consejeros y el director deportivo, sabían lo que iba a suceder. Lo mismo que siete días antes. Sin embargo, la tuerca que todo lo aguanta dio una nueva vuelta y lo que parecía una cosa, ahora es otra. Montanier disponía de un margen de dos partidos. Posiblemente, el empate de ayer no le hubiera salvado, pero…Desandar el camino, pegar un par de telefonazos a todos los implicados y atisbar el siguiente panorama. Sentados todos en torno a una mesa, es más que probable que se preguntaran: "Y ahora qué hacemos".
Les entiendo. En esta situación caben dos lecturas. Dejarse llevar por el alegrón que supone sumar seis de seis o poner la cabeza en frío y estimar si realmente las razones que propiciaban el cambio han desaparecido. Ambas posturas son legítimas, pero chocan. Ahora nos vienen dos partidos lejos de Anoeta. Villarreal y Santander nos esperan con sus problemas.
En medio, la eliminatoria copera con el Granada que no ofrece excesivo atractivo, pero que se deberá afrontar antes de que unos y otros se coman el turrón.
Pueden pasar también dos cosas. Que la flor de Montanier siga luciendo en todo su esplendor o que volvamos al camino del desánimo. Entonces, tres semanas más tarde es posible que se vuelvan a hacer las mismas preguntas que en estas semanas precedentes, perdiéndose un tiempo maravilloso en apostar por la mejora que se busca con el entrenador elegido que ahora con el cartelito de "libre" vuelve a estar en el mercado para quien lo quiera.
La Real vuelve a ganar en Anoeta. No lo hacía desde aquel día en el que Dani Estrada marcó un gol chiripitiflaútico al Granada. Logramos tantos, sumamos puntos, pero todo me sigue pareciendo igual o parecido. Alguien debe estar poniendo velas a destajo. Otra cosa es impensable.