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La madrastra que preguntaba al espejito…

Pelé me harta cada vez más. El delantero brasileño ha sido el mejor jugador del planeta en su día. Se hinchó a meter goles. Ha ganado campeonatos, mundiales, ligas, copas y lo que haga falta. Le han hecho ministro y le han otorgado todo tipo de reconocimientos. ¿Qué más quiere?. Supongo que perpetuarse y superar las crisis que le provocan las apariciones de otros futbolistas que apuntan alto y se merecen el aplauso tanto o más que él.


A Edson Arantes do Nascimento le ha vuelto a dar uno de esos ataques de grandeza que sufre de vez en cuando. Se reivindica ahora frente a Messi, como si el argentino estuviera en una carrera desenfrenada por dejarle atrás."Va a ser difícil que se superen mis récords. Nunca va a nacer otro Pelé. Mi padre y mi madre cerraron la fábrica", afirmó sin ponerse rojo la llamada "Perla Negra". Recuerda a la reina de Blancanieves cuando preguntaba a su espejo si había alguna mujer más guapa que ella.

¡Qué difícil debe ser envejecer!. O, al menos, que complejo es aferrarse a los clavos ardientes del pasado como si el mundo se acabara entonces y el futuro no nos correspondiese, ni fuese con nosotros. Hay suficientes argumentos que permitirían afirmar que Messi es mejor que Pelé, pero nadie en su sano juicio se pone a compararles, porque ni la condición física, ni los sistemas de juego, ni el material, ni el número de partidos que se disputan, ni la intensidad de los mismos, ni los marcajes, ni la exigencia mediática, ni la presión exterior, ni los millones de los contratos se parecen.

Es lo mismo que la Real Sociedad. Si estuviera asentada día a día en la hamaca de las dos ligas y la copa de La Romareda, dejando pasar el tiempo sin hincar el diente a la dura realidad, probablemente viviría en la indigencia. Los grandes recuerdos pertenecen a la historia y viene bien disfrutar de ellos, porque llegaron por el esfuerzo enorme de muchas personas. Ahora, los objetivos son otros. Mantener la categoría, sumar cada ejercicio cuarenta y cuatro puntos, es un éxito por pobre que parezca.

Al Atlético de Madrid le sucede tanto de lo mismo. Quedan muy atrás los años en los que los rojiblancos eran competitivos. No encuentra su sitio desde que se desubicaron en un peligroso paso al frente. Lo que invierten y se gastan no se traduce en buenos resultados. Y pese al permanente cambio de técnicos, no encuentran la tecla que haga sonar fusas y semifusas. Ayer vino con Simeone, futbolista de rompe y rasga, que pretende inculcar a su equipo conceptos básicos de la historia colchonera. Los mismos que pusieron de moda hace cuarenta años Marcel Domingo o Max Merkel: defensa férrea y letal contraataque.

Montanier no es Simeone. Ni se le parece. Vive en su mundo de paz y concordia consigo mismo y con los demás. No transmite al exterior lo que siente y sigue con atención el comportamiento de los suyos. A veces se guía por la intuición, otras por las sugerencias de la experiencia. Otras me cuesta saber por qué. Ha llegado hasta el final de la primera vuelta, sumando veintiún puntos, cuatro menos que el año pasado por estas fechas, pero no voy a ser ventajista ni hacer comparaciones, porque queda claro que el pasado es pasado, el calendario no es idéntico, ni tampoco el contenido de la plantilla.

Sin embargo, vivir la realidad no está reñido con la fuerza, la garra, el coraje y la valentía. Ayer el cuadro madrileño sacó un espejo y se lo puso delante a los realistas para que vieran, miraran y concluyeran, tanto en la banda como sobre el césped. Arropados, presionando y robando balones se hicieron dueños del entramado, marcando cuatro goles y redimiéndose de todas las culpas que compartían con Manzano.

Luego, podemos hablar del árbitro que no mejora con el tiempo. Muñiz no es de mi agrado. Le pueden los protagonismos, como a la reina del cuento que cada vez que le decían que Blancanieves era más guapa se sublevaba. Las once tarjetas que sacó ayer en Anoeta se las guardó en el Bernabeu y eso que hubo muchas más importantes razones para enseñarlas. Pitó un penalti en contra nada más empezar. Pudo señalar otro antes del descanso en el área contraria, pero, o no le pareció o no lo creyó conveniente. Según cuando y donde muchas veces hay espejos diferentes. Perder por goleada no puede ser culpa del colegiado. Por mucho que nos duela.

Iñaki de Mujika