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Quien quiera poner un paréntesis que lo haga

Sigo sin entender ni una miaja a los comités sancionadores y administradores de justicia de la RFEF. Ni al de competición, ni al de apelación. Una tras otra van contra la corriente general, contra el sentido y la interpretación popular. Uno de mis profesores de filosofía, Vitorino Olmos, se encargó un día de explicarnos la diferencia entre saber vulgar y saber científico. La gente se mueve generalmente por sensaciones o intuiciones. Controla lo que pasa, pero no analiza por qué pasa lo que pasa. Cuando trato de entender las razones por las que se adoptan a veces las decisiones, soy incapaz de encontrar una base convincente que lo aclare.

Como saben de sobra, Asier Illarramendi fue expulsado en Granada al entrar por detrás a un contrario. Fue lo que entendió uno de los hermanos Teixeira Vitienes que, luego, redactó el acta de tal manera que el primer comité sancionó con dos partidos al mutrikuarra, al tiempo que la segunda instancia (apelación), le dejó como estaba, a pesar de que el club presentara alegaciones con vídeo incluido. Ni siquiera disciplina deportiva se apiadó del chaval, al que le privaron de la ilusión de su vida: jugar en San Mamés con su equipo en Primera División..

Pasadas las semanas, un árbitro escribe en el acta del encuentro que el jugador del Real Madrid “Pepe” le ha llamado “hijo de puta” en el túnel de vestuarios. El primer comité entiende que eso no es un insulto sino menosprecio y le sanciona con dos partidos, pese al acumulado historial por el central de Maceió. Es decir, que una entrada a un jugador rival, sin causar daño ni lesión, da lo mismo que llamar al árbitro lo que le llamó el brasileño-portugués. Ni se sostiene, ni hay por donde cogerlo. Agradecería además que el propio comité nos indicara qué consideran insulto.

Pero para que al rizo no le faltara de nada, a las pocas horas de la primera incomprensión llegó la segunda. Apelación aseguró que Competición se había quedado corto y que en el acta del árbitro se recogía una injuria y que Pepe merecía un mayor castigo (al menos cuatro partidos) aunque, por imperativo legal, no podían aumentárselo. Le dejan con los dos encuentros de suspensión. Como es el departamento de apelaciones, los miembros que lo componen no están para volver a juzgar, sino para atender las reclamaciones.

Salvo los madridistas cegados por la pasión, nadie en su sano juicio puede aceptar que esto sea así y funcione de esta manera. Item más, suena a tomadura de pelo, a pitorreo de los sesudos señores que juzgan a su manera lo que el saber vulgar de la mayoría entiende de otro modo. Añoro a los ingleses, a la severidad de sus comités que no pasan ni una. Incluso a la UEFA que si pilla por banda el acta de Paradas Romero se forra a ejecuciones y multas. Pero aquí no, aquí se impone el mamoneo, el compadreo y los cambalaches.

En medio de un ambiente complicado por todo este calentón previo, el partido de anoche en el Bernabeu se inició con unas cuantas bajas. Por la Real faltaron Elustondo, Estrada y Mitxelo Olaizola, al que le han caído también dos partidos, por decir “Vaya penalty, qué cara tenéis”. Comparen y vean si no es una vergüenza el criterio sancionador. En el Madrid faltaban Mourinho, Rui Faria, Lass, Özil, Pepe y debió estar ausente Sergio Ramos, pero esta vez se aferraron a una errónea forma de redactar por parte del árbitro para quitarle una amonestación y no sancionarle.¡Matarile!

Mientras tanto, Sánchez Arminio, el presidente de los réferes, dando palmas y dejando que todo suceda a su alrededor como si nada, aunque a uno de sus pupilos lo machaquen. Otro, Iturralde, le acaba de mostrar disconformidad en tanto que anuncia su retirada antes de la hora. Tengo la sensación de que la silla del cántabro comienza a andar por tiempos.

Después de quitarme este peso de encima, porque si no reviento, dedico pocas líneas al partido. Una derrota tan abultada no me anima. De entrada, Montanier puso el autocar delante de Bravo, con un montadito de centrales, pivotes y laterales para arropar la zaga y esperar que los minutos transcurrieran. El plan previsto se desmoronó en cinco minutos con el gol de Higuain. Luego, al paso, el dominio local fue traduciéndose en tantos. Cuando la goleada se instaló en el simultáneo, sobraron minutos e impotencia. Lo peor de la derrota no está ni en la pobre imagen ofrecida, ni en el desolador deambular de los nuestros sin saber muy bien de qué y a qué jugaban. Lo peor se corresponde con la lesión de Mikel González uno de los baluartes fiables del equipo. A lo mejor te apetece abrir y cerrar paréntesis y ver venir.

Iñaki de Mujika