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La llama olímpica

No se nota todavía mucho en el ambiente la disputa dentro de pocas semanas de los JJ.OO de Londres. Como mucho, las noticias de los deportistas que consiguen plaza en sus modalidades y poquito más. Críticas por el diseño de algunos uniformes, la adopción de medidas extraordinarias de seguridad y la llama olímpica que salió desde Grecia no hace demasiados días.

El fuego olímpico recorrerá el Reino Unido por todos los rincones del territorio hasta que llegue el día exacto y a la hora exacta en manos del último relevo. Mientras tanto, pasará de mano en mano. Una de ellas correspondía a David Follett, atleta paralímpico de badminton. Iba en su silla de ruedas por las calles de Great Torrington cubriendo los trescientos metros del relevo. Inopinadamente la llama se apagó a las nueve de la mañana del lunes. Por lo visto, un quemador en mal estado propició  que la antorcha dejara de serlo.

De inmediato, de un coche que acompaña a la comitiva, salió una antorcha de repuesto gracias a la cual el recorrido pudo reanudarse ya con la tea encendida. Y es que en el vehículo se mantiene la llama madre en un recipiente especial, precisamente preparado para superar problemas como el surgido en Devon. Otras veces, por culpa del viento u otras situaciones, ha sucedido algo parecido.

Se supone que no será una premonición, ni que esta incidencia, contada por el propio comité organizador, se relacione con supersticiones. Algunos foros, medio en serio, medio en broma, relacionan el apagón con la deriva de la crisis económica y política de los griegos a los que no salvan ni los dioses del Olimpo, ni las sacerdotisas de Hestia encargadas de encender el fuego en las ruinas del antiguo templo de Hera.

A lo mejor sería bueno recordar qué significa el fuego en el hecho olímpico. Estamos  ante un símbolo que recuerda el mito de Prometeo, que robó el fuego a Hefesto para entregarlo a los mortales, que desde entonces lo guardan en sus manos, aunque de vez en cuando se apague.

 

 

 

 

Iñaki de Mujika