El fútbol le debía al Mirandés un ascenso desde hace un año. Fue entonces el Guadalajara de Carlos Terrazas quien dijo en silencio las voces que animan en Anduva, pero no acabó con los sueños. Creí que el ciclo posiblemente terminaba y que el equipo no se levantaba de aquel mazazo. La decepción fue grande. Estaba en sus manos y se les escapó.
Pronto comprobé la equivocación. En la liga iniciaron una travesía igual o mejor que la precedente y además agregaron argumentos con una actuación ejemplar en Copa. Fue eliminando rivales de tronío hasta encontrarse en cuartos de final con el Athletic. No hay antídoto posible para apartar a un equipo tan especialista en este torneo.
Allí volvió la calma. Los medios dejaron de entrevistarles. Las fuerzas agotadas necesitaban volver a su ser. Y lo hicieron pese a algunas lesiones de importancia. Sin perder el buen tono en la liga, los de Carlos Pouso miraban a mayo. Esta vez sin ceder la primera plaza y por lo tanto con renovadas opciones.
El sorteo les emparejó con el rival más asequible. Real Madrid y Cádiz se mostraban como equipos de mayores recursos. Los mallorquines del Atco. Baleares, aún contando con gente experta incluso en Primera División, se ponían a tiro. El partido de ida en casa se convirtió casi en monólogo. Debió quedar resuelta la eliminatoria. El 1-0 se antojaba poco premio para los méritos, remates y ocasiones fabricadas.
Pero los mirandeses viven con las tablas puestas. Saben esperar su momento y explotarlo. Llegue cuando llegue. Y llegó al final cuando los aficionados del Estadio Balear comprobaron que la remontada era misión imposible. Total que victoria de nuevo y ascenso.
Han sido tantos los comportamientos ejemplares del equipo que la gente, los aficionados, les han cogido cariño. Para el club es una alegría y un reto, aunque ahora toca lo difícil y complejo que es acertar con el diseño del plantel, con las altas y las bajas, con los presupuestos. Pero con la satisfacción del deber cumplido, las cosas pueden hacerse desde el rigor y la tranquilidad.