La medalla de bronce lograda en Londres por Maialen Chourraut oxigena el esfuerzo de cuantos compiten en las aguas bravas del piragüismo. Tanta entrega, disciplina, humildad y penuria necesitaban, exigían una recompensa que premiase el trabajo anterior y alimente las esperanzas del futuro.
Conozco a Xabier Etxaniz desde Barcelona 92. El donostiarra era entonces un palista que debutaba en una especialidad desconocida. El vivía en la Seu d’ Urgell y nos comunicábamos a través de un ordenador llamado “Amic” que nos ayudaba a sentirnos cerca. Los años posteriores sirvierion para conocernos más y mejor, para valorar el trabajo y saber a ciencia cierta lo que cada uno de ambos hacíamos.
Recibía postales de cualquier parte del mundo a la que acudía para competir con su piragua. “Rara avis”, sólo y sin recursos. Jamas me negó una entrevista y ambos sabemos que nos encontramos cuando nos hace falta.
Hoy, Etxaniz es el seleccionador nacional, la cúspide de un pequeño grupo de palistas que se dejan el bofe por ser mejores y progresar. Ha competido en Londres con tres deportistas que han logrado un bronce, un cuarto y un quinto puesto. No hay nadie que consiga tanto con tan pocos.
El gran público descubrirá ahora las aguas bravas, pero será bueno que le digan también que estos chicos, cuando hace pocos meses en la federación no había presupuesto para acudir a una competición que ellos consideraban necesaria, se metían en furgonetas, se pagaban el viaje y se iban con sus canoas comiendo bocadillos y durmiendo de aquella manera.
Todos los esfuerzos se topan ahora con la felicidad. Maialen Chourraut es mujer pero le echa huevos como los hombres. Dos veces operada del hombro, tira y tira de la pala como una posesa, bajando y remontando contra las corrientes caprichosas que diseñan los circuitos. No se conforma nunca y a esta hora estoy seguro que el bronce le sabe a poco. La distancia con la plata fue de treinta y seis centésimas, y de noventa y siete, al oro. Las roza con las yemas de sus dedos.
Esta medalla le reivindica a ella, pero también a sus compañeros Ander Elosegi y Samuel Herranz que son futuro esperanzador, y a quienes se quedaron en puertas y volverán a intentarlo. No había sitio para más y las decisiones nunca son fáciles. Por eso he dicho que el responsable técnico recibe también una bombona de oxígeno en modo de reconocimiento a tantos desvelos e incomprensiones que en el camino ha habido.
Vuelven a casa con la satisfacción del deber cumplido y recompensado. Se lo merecen con mayúsculas. Ahora dispondrán de tiempo para disfrutar de una buena mesa, de recibir los reconocimientos de quienes les ningunearon siempre, de quienes negaron la posibilidad de construir un canal de aguas bravas en su territorio cuando la realidad lo exige ahora aún más. No cabe más torpeza. A los hechos me remito.