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Con diez de casa y uno como si lo fuera

He traducido una y mil veces la Guerra de las Galias, tanto cuando el latín era de aprendizaje obligatorio, como cuando lo hacía, o hago, por placer. Sé de memoria algunos pasajes, pero hay uno, poco trascendente, que me cautiva, porque en un libro bélico existen espacios para las descripciones del paisaje y para la poesía. Se ve que Julio César guardaba en lo profundo de su ser cierta esencia estética. El momento que te recomiendo se refiere al sentimiento que le produce encontrarse con un río ante sí. Es el Arar (hoy Saona) que desemboca en el Ródano, con tanta lentitud que es imposible afirmar a simple vista hacia que parte fluye.

Imagino las tropas pisando la yerba verde de la orilla y contemplando la quietud del agua, tanta que no eran capaces de asegurar si la corriente iba de izquierda a derecha o al contrario. Dudas antes de la batalla. Es decir, que iban armados hasta los dientes, dispuestos a pegarse con los Aeduos o los Sequanos, pero absortos ante el paisaje que les creaba cuando menos alguna inquietud, sobre todo si debían vadear el río,

El partido de ayer se jugaba cerca del Urumea que no es dudoso en su tendencia. Fluye a impulsos de corrientes. Cualquier aficionado, que antes o después del partido se asomara a la barandilla, pudo comprobar perfectamente, a favor de la marea viva, qué marchamo seguía el agua y qué colores reflejaba el espejo de su superficie. Ejercicio relajante en todas las circunstancias si el leitmotiv de la tarde noche se refería a un derby poco pasional a priori.

Cuenta la tradición que si en la semana previa al partido se suceden hechos o declaraciones que jaleen el match, la Real sale beneficiada. Por eso, en Atotxa como en Anoeta, se han motado ferias y fiestas para conseguir una riada favorable a los intereses realistas. Ayer tocaba reconocimiento muy merecido a los olímpicos guipuzcoanos. Quedaba la duda de si podía ser suficiente.

Los ojos de salida se posaron sobre el verde uniforme de Eñaut. Le tocó volver a la portería en momento de compromiso. Los derbys son decisivos porque nadie quiere perderlos. Exigen más arrojo, entrega y disciplina que cualquier otro partido. Se juegan tres puntos, mayor honra que de costumbre y el rearme moral que supone salir victorioso de una contienda con sabor especial. A los de casa no hay que explicarles lo que supone imponerse al directo rival, porque allí por donde pasan los aficionados se le recuerdan a cada paso. ¡Hay que ganar!.

Montanier eligió un equipo tradicional con diez de casa, y de la Bella que es un adherido perfectamente asimilado. Fidelidad de la raya para atrás y clasicismo en vanguardia. Xabi Prieto llegaba a los 300 y era una ocasión especial para celebrar el cumpleaños. Chory Castro, Vela, José Ángel, parte del ringorrango realista, calentaron banquillo de salida. Los guiputxis salieron enchufados y convencidos, dominaron sin ocasiones y llegaron al descanso con la sensación de no plasmar en el marcador las fases de claro dominio.

El Athletic dio pocas señales de vida en el primer tiempo. Se esperaba que reaccionaran tras el descanso, pero los de Bielsa no inquietaron, ni de lejos la meta de Zubikarai. La Real, en cambio, siguió erre que erre con su constancia. Implacable en el centro de la defensa con Mikel e Iñigo eficaces y temperamentales. Espléndido el trabajo de Illarra y Zuru, sin que Markel tuviera que abandonar su posición de anclaje. Por delante, faltaba el gol y llegó en la acción de Griezmann con un desmarque de fuera hacia dentro para enseñar en los entrenos y valorar que un zurdo puede golear con la derecha..

El tanto amplió la tendencia. Tocó demasiado el ánimo del conjunto vizcaíno, que tuvo que cambiar a Iturraspe por el riesgo de expulsión y que perdió a Amorebieta por dos amarillas. La segunda, por mano dentro del área tras el chut de Xabi Prieto. Vela acertó a transformar el correspondiente penalti y sentenciar. El 2-0 sonó a implacable.

Con poco margen de mejora, Fernando Llorente salió al campo, pero a la vanguardia rojiblanca no llegaba un solo balón que pudiera jugarse con peligro. El partido caminó hacia la orilla con enorme alegría de la afición guipuzcoana y decepción amplia de la rojiblanca que, seguramente, no esperaba un equipo tan pobre sobre el césped. Bielsa lo entendió a la perfección y esperó uno por uno a sus futbolistas camino del vestuario cuando estos regresaban con la cabeza baja y decepcionados.

Cabe preguntarse ahora por qué este equipo es capaz de jugar así, intenso, lleno de virtudes, convencido y otras veces nos ofrece unas tardes pasteleras e inaguantables que nos hacen dudar a todos sobre la realidad y los valores. La Real se parece al Arar, aquel río, que lo hacía todo tan suave que ocultaba a los ojos qué dirección seguía. Los blanquiazules a veces caminan hacia la grandeza y otras hacia lo desconocido. Y eso despista.

Iñaki de Mujika