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Miliki

No voy a ser original. Desde que se conoció el fallecimiento del popular payaso, muchos se han encargado de valorarle y reconocer todo lo que aportó, junto a sus compañeros, al mundo de los niños y al de los mayores. De las frases acuñadas de su extensa biografía, recojo aquella en la que valoraba el poder de la sonrisa en cualquier circunstancia de la vida. ¡El mundo no está hecho para los tristes!.

Quiso coincidir la visita del Rayo a Anoeta con su defunción. La puerta principal del campo vallecano se abre en la calle del “Payaso Fofó”, otro de los componentes integrante de la comparsa. Ellos se lo guisaban. Ellos se lo comían. Los espectadores elegían y sintonizaban más con unos que con otros, pero todos a su manera divertían. No cansaban y traspasaban los límites de sus canciones. ¡Para todos los públicos, como las películas toleradas de entonces!.

En más de un estadio de primera y de segunda, los aficionados se saludaban desde los fondos de cada portería. Si desde el norte entonaban “Hola, don Pepito”, los del sur contestaban “Hola, don José”. Así, hasta agotar la canción entera. Cuando en la vanguardia del Depor coruñés se alineaban el “Turu” Flores y Pauleta, la prensa y los aficionados calificaron la dupla como la delantera “Turuleta”, como aquella gallina que aún siendo “Turuleca” se hinchaba a poner huevos. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…

El fútbol tiene más de huevos que de gallinas. O al menos así debería ser. El fútbol es para valientes, para jugadores que no se arrugan, que se atreven a asumir responsabilidades, a meter la pierna, a chutar a puerta, a imponerse al rival con argumentos. Los futbolistas gallinas son los acobardados, los que se asustan ante una pierna que disputa un balón con fuerza. Son también los que rehuyen el choque y las disputas.

Por eso, la visita del Rayo producía cuando menos curiosidad por conocer sobre el ancho césped de Anoeta cómo era la propuesta de juego de un entrenador. Siendo futbolista daba más que Cáritas, metía pierna sin miramientos e imponía por su físico. Paco Jémez llama la atención por valiente. Reconoce cuando se equivoca y lo asume.

Hace pocas semanas jugaba en Valladolid. El equipo se hizo trizas y encajaba goles a pares. Le metieron seis. Lejos de sentarse en la bancada y “esconderse”, asumió de pie en el área técnica la parte de culpa que le correspondía dando la cara. Esos ejemplos que al gran público pueden pasarle desapercibidos son los que valoran los jugadores y los que consiguen que la gestión interna de los grupos y vestuarios vaya más allá de lo estrictamente profesional.

Los temores de un equipo sorprendente, valiente, llamaron a la puerta de los realistas. Montanier, que tampoco es timorato, decidió repetir la formación de Málaga con el lugarteniente Bravo en la portería y diseñar así un partido pasional, de ida y vuelta, donde el propietario del balón iba a contar con ventaja. Los aficionados vieron con buenos ojos que el equipo triunfador de La Rosaleda repitiera. El objetivo no era otro que sumar tres puntos, dar un paso al frente y recibir dentro de tres días a Osasuna con la caja fuerte más rica en billetes y joyas preciosas.

Por esas cosas que tiene la confianza en las propias fuerzas, las oportunidades llegaron en un par de minutos. Vela remató sendos balones. El primero se lo quitó a Ifrán que armaba pierna para rematar. El segundo confirmó el buen pase de Rubén Pardo. Los de Montanier se pusieron en clara ventaja casi sin enterarse. Lo mismo que el Rayo que cuando se quiso dar cuenta se encontró con dos “txitxarros” que remontar. Con esa ventaja, la Real se fue al descanso.

Y la multiplicó por dos. El técnico visitante arriesgó con una defensa de tres, muy abierta, a la que los realistas supieron dar respuesta. Concluyeron con sendos tantos de Mikel González y Gonzalo Castro, pero es que De la Bella, Markel, Agirretxe…se encontraron con oportunidades para firmar una goleada que pudo ser escandalosa. Los rayistas, a la vista de lo que sucedía, fueron cediendo en los tímidos intentos por sorprender a Claudio Bravo que casi fue un espectador en la plácida noche de Anoeta.

 

 

 

Iñaki de Mujika