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¿Me dejas que te toque la amapola?

Cuentan que una pareja de novios se relacionaba desde hacía seis años y que la fecha de la boda estaba dispuesta a corto plazo. Se amaban. Vamos a inventarnos los nombres de ambos. Por ejemplo, Eva Luisa y Marco Fernando. Ella pertenecía a una familia de bien, que pagó estudios en colegio de monjas donde recibió la instrucción y formación necesarias para que fuera señorita conforme deseaban los progenitores. El novio no distaba mucho porque prácticamente había hecho parecido recorrido, cambiando monjas por frailes. El problema es que cuando llegó a la universidad y entró por la puerta de la escuela de arquitectura de Sevilla se encontró un mundo diferente, más permisivo y liberal.

Separados por la distancia, los encuentros de Eva y Marco se reducían a periodos vacacionales y a escapadas que él hacía de vuelta a casa, porque los padres de Eva Luisa no veían con buenos ojos que la niña, que ya tenía veintitrés, viajara para encontrarse con el novio. Aquello daba que hablar en el comadreo pueblerino.

 

Cuando quedaban tres meses para el enlace una noche Marco Fernando se atrevió a decirle a su prometida: “¿Me dejas que te toque la amapola, Eva Luisa?. A lo que ella respondía negativamente con firmeza, sin dar un rayo de esperanza. Pasadas las semanas, y a menos de un mes de la ceremonia, el novio volvió a la carga. Ella, sin vacilar, mientras le agarraba la mano le susurraba: “Si hemos esperado hasta aquí, no vamos a estropearlo”. Él, muy respetuoso, sonrió decepcionado. Siete días antes del “sí, quiero”, todo se repitió de idéntico modo. Por tanto, a Marco Fernando no le quedó más que aguantarse y esperar que llegara el 7 de agosto, festividad de San Cayetano que era el día elegido por ambos para satisfacer al padre de la contrayente que así se llamaba. Celebraban, por ello, boda y onomástica.

Por fin, llegó la noche de bodas. Ambos entraron en la habitación del hotel. Se besaron, se abrazaron y se dispusieron. Primero, ella. Entró al bañó. Tardó un rato en salir con un camisón blanco de organdí con puntillas, regalo de la abuela Catalina. Miró de reojo al marido, todavía vestido de pingüino, abrió la cama y se metió entre sábanas. Pasó el novio. Tardó mucho menos, Apareció con un pijama azul de brillante seda, después de lavarse dientes y echarse medio frasco de colonia. Fue entonces, cuando sonriendo como nunca, antes de entrar en la cama y sentir la suave piel de la enamorada, repitió la pregunta: Eva Luisa, ¿me dejas que te toque la amapola?. La ya esposa, estiró brazos y piernas, rozó su cuerpo con las almidonadas sábanas de la ancha cama y cerrando los ojos, dijo un sí tan fuerte como el que pronunció horas antes en el altar.

Marco Fernando estiró los brazos al cielo en acción de gracias, metió la mano derecha al bolsillo del pantalón y sacando una armónica inició la interpretación, mientras tarareaba: ¡Amapola, lindísima amapola, Será siempre mi alma tuya sola. Yo te quiero, amada niña mía, Igual que ama la flor la luz del día…! (si quieres, amable lector, le pones música y la sigues tarareando).

Una vez que terminó de sonar la pieza, dejó la armónica en la mesilla, se metió en la cama, apagó la luz y de espaldas a su esposa, roncó henchido de gozo, mientras su querida Eva Luisa, roja como la amapola, le pegaba la primera patada de la larga relación. Lo mismo que anoche hicieron en Los Cármenes el Granada y la Real. Dar patadas, porque fútbol, lo que se dice fútbol, no vimos.

Los realistas sacaron un punto fuera con empate sin goles. No está mal, pero viendo las capacidades demostradas por unos y otros, antes de la cita de ayer, el punto es posible que sepa a poco. Si tengo que ser sincero, pensé que en algún momento alguien sacaría la armónica y se pondría a tocar, dulcificando un poco la jaqueca que el partido producía. Técnicamente aquello era un despropósito.

Y todo pudo ser peor si Claudio Bravo no salva los muebles cuando apenas quedaba tiempo para la reacción. El partido fue un constante pim, pam, pum que, como se intuía, se inició con salida fulgurante de los locales que fueron claramente de más a menos. Ahí debió la Real aparecer de verdad, jugando la pelota con criterio y tratando de sorprender al meta Roberto. Como el novio arquitecto, le dio la espalda a la posibilidad de ganar por el camino que antes había demostrado en Málaga y Valencia.

Pareció que los cambios podían oxigenar y mejorar el nivel, pero faltó cuajo. Cada cual podrá valorar las cosas como le apetezca, pero da la sensación de haberse perdido una oportunidad. Ciertamente, un punto fuera de casa, sin encajar goles, en una racha de varios partidos sin perder se valora, pero esperaba un poco más de trajín, algún meneo entre sábanas, una guerra apasionante y lo único que nos quedó es un equipo con la flor en la mano mirando con tristeza una amapola.

 

Iñaki de Mujika