Después del atracón que nos pegamos hace una semana, tocaba dieta. Si ante el Barça nadie negó un piropo al juego del equipo, al entrenador, a la afición… ayer en Balaídos volvimos a desperdiciar la oportunidad de seguir creciendo y acercarnos a la zona noble de la clasificación. Da la sensación, confirmada en el tiempo, que cada vez que este equipo y su entorno se aproximan a un objetivo que merece la pena, nos entra una especie de vértigo que nos impide asomarnos.
Y eso que nos lo pusieron a huevo. El rival se quedó, por quinta semana consecutiva, con uno menos. El técnico contrario quitó a todos los delanteros que había dispuesto sobre el campo, montó su cuartel y llenó la garita de centinelas de guardia. ¡Venid, si queréis!. El enemigo se quedó en la retaguardia por si acaso. No arriesgó ni una miaja y pese a que anduvo cerca del área de Javi Varas, a éste le dio muy poco trabajo. Nivelada la contienda con el buen remate de Elustondo, el fútbol fue lento, sosaina y carente de emoción. Empate final y punto agridulce.
El adjetivo lo utilizó Chory Castro cuando al final del partido compareció ante los medios para explicar su punto de vista, contar el pedazo de pisotón que le dejó medio cojo y reconocer que sí, pero no. La Real no jugó bien aunque dominara y dispusiera la posesión del balón. Esa mezcla de dulce y amargo, me lleva siempre a la primera y última vez que comí en un restaurante chino que se abrió cerca del Bernabeu. Estaba de moda.
Aquello causó furor. Las colas para entrar se hacían enormes. La fiebre inicial duró mucho tiempo y el negocio lo era en toda regla. Cuando, por fin, un día se puso a tiro coger mesa, el cuadro que se nos planteaba era una traca. No teníamos ni idea de los platos, ni de sus contenidos. Mirábamos a las abarrotadas mesas de al lado por si la pinta nos orientaba. Ante la falta de concreción y sapiencia nos la jugamos. Por los nombres.
Así que “Rollitos de primavera”, “Arroz tres delicias” “Cerdo agridulce”. Creo recordar que alguien se atrevió con un “Pollo al limón”. Cada bocado era un “a ver qué pasa”. Bebimos agua y pedimos una botella de vino. La estoy viendo. La etiqueta era blanca y se leía “Shangai” en letras azules. Aquel tinto era imposible. Interesado en saber de dónde podía venir semejante tormento, cogí la botella, le di la vuelta y encontré un “made in Valdepeñas”. Que me perdonen los descendientes de Doña Berenguela que hoy hacen caldos muy ricos, un Dionisos reserva por ejemplo, pero cuarenta años después no olvido el “shock” de aquel sabor horripilante.
Viviendo el trance, llegó el momento de elegir los postres. Otra vez la carta y otra vez las dudas. Volvía el arroz, ahora en puding, y un montón de cosas caramelizadas. ¿Quién dijo miedo?. Sin tener la menor idea, se me ocurrió pronunciar la palabra: ¡Lichis!. El cachondeo en la mesa había llegado a límites de alboroto, porque te lo tomabas a coña, o cascabas. La expectación era inusitada. En una cazuelita de barro llegaron unas pelotitas que parecían uvas, blanquecinas y dando a la vista repelús. La primera en la boca impregnó las papilas de dulce a lo bestia, y al fondo creí que había un sabor a rosas. El café final no desentonaba del resto de la probatura. Pagamos muy poco y fue entonces cuando comprendimos la razón de tanto éxtasis.
Volvemos con el delantero uruguayo que la semana pasada nos puso en trance a todos con dos goles, antes que el éxtasis, bien distinto al que acabo de referirme, llegara con el postrer tanto de Agirretxe. La gente salió encantada de Anoeta y dejó volar la imaginación en ambiente de fiesta, pitos y tambores. Esperaba la continuidad en Vigo. Por razones de necesidad unas veces y por propia voluntad obras, Montanier nos mueve las alineaciones hasta tal punto que en veintiún partidos ha dispuesto veinte formaciones distintas. Y la semana que viene seguirá con su particular carrera, ya que las sanciones a Markel y De la Bella exigen otra pensada y otra maniobra.
Son las decisiones de los entrenadores. Ellos marcan paso y determinan qué y con quiénes. Posiblemente, ayer en Balaídos, cualquiera de lo lectores de este beaterio hubiera hecho cambios distintos a los propuestos por el mister, quizás arriesgando más. Por eso, el punto tiene su valor, pero sabe a poco porque las circunstancias, sin quitar el mérito a la remontada, parecieron favorables a una intentona con más riesgo. La clasificación sin aprietos permite intentarlo.