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Extraños en la noche

Cuentan que un día en Nueva York al principio, al final, o en medio si había descanso, de una nocturna proyección cinematográfica, el baño de caballeros estaba abarrotado y que para acceder a los urinarios había cola. Mientras todos se encontraban apuntando a la pared, un espectador se dio cuenta que entre los que esperaban turno se encontraba Frank Sinatra. Rápidamente, el cantante se llevó el dedo índice de la mano derecha a la comisura de los labios pidiendo silencio, que no dijera nada. Si al ciudadano en cuestión se le hubiera ocurrido afirmar en voz alta ¡Sinatra!, la totalidad de señores que se encontraban en ese momento manguera en mano se hubiera dado la vuelta y puesto de orines al artista hasta el sombrero. ¡Era tan grande su fama!.

Hete aquí que en escala menor se ha paseado por la Alde Zaharra donostiarra un piloto alemán, campeón de fórmula, entrando en distintos garitos de la zona y poniéndose hasta las cartolas. Nadie o casi nadie le identificaron. Suele suceder que la sorpresa de lo inesperado juega a favor de los mediáticos. Cabe pensar que entre la ciudadanía alguien creyera que era él pero te haces siempre la misma pregunta: ¿Cómo va a estar Sebastian Vettel en Donosti de pintxos como si tal cosa?. Era él. Se hizo fotos cuando se lo pidieron y no parece que siga régimen severo a tenor de lo que se metió entre pecho y espalda.

Es decir, las sorpresas te las puedes llevar por la noche, cuando aparecen gentes raras e inesperadas o se convocan las citas. Sucede esto con el fútbol. Quienes deciden los horarios nos tratan como peonzas. Un domingo, a las nueve de la noche como ayer. Un lunes, a las diez, como el que viene. Y en medio de este trajín la fiel feligresía que aguanta con estoicismo el mareo al que le someten quienes hacen todavía la “o” con un canuto.

Entre ellos no están ni los jugadores ni los técnicos que son los primeros perjudicados. Ayer nos propusieron un plan estupendo. Dos equipos que pelean por lo mismo con sus armas y sus recursos que ni son las mismas ni se parecen. La Real está protagonizando un ejercicio que todos hubiéramos firmado antes de comenzar la liga. El Valencia echó a Emery y luego a su sustituto para terminar eligiendo a Valverde que le ha dado un sello personal y eficaz. Esos valores son también mentales. No hay medida para ellos. Se intuyen y se imaginan.

Los valencianistas pensaban que los nuestros se iban a hacer caquitas ante la presión que supone defender la torre del castillo, mientras que los realistas atisbaban que la presión estaba en el lado de los naranjas ante la necesidad. La Champions, conviene no olvidarlo, deja muchos millones en las arcas y algunas están muy maltrechas. ¿A que sí?. Y en medio de las corrientes enfrentadas de unos y otros gobierna un árbitro que está encargado de mantener el orden y la disciplina sin equivocarse. En esto último ayer falló bastante en las dos direcciones.

Los dos equipos sacaron lo mejor de lo disponible. Chory por el ausente Griezmann y el resto los que el público se sabe de memoria. Valverde apostó por Cissokho en el lateral zurdo para darle más caña defensiva al carril y por el animoso Feghouli por Canales. Como Rami no se recuperó a tiempo, ubicó a Mathieu en el central izquierdo y puso a los demás con escudo y lanza. Soldado adelantó a los suyos de certero cabezazo, rubricando el mejor juego, la presión y el dominio del balón, sobre un equipo que no cogía el sitio y sufría.

Pero el fútbol es sorprendente. Cuando Iñigo Martínez empataba el encuentro avanzado el primer periodo, echaba por tierra la referida superioridad y daba al partido otra dirección anímica. La Real se convertía en más y mejor, porque Markel sacaba los galones y Agirretxe la espada.

El tiempo de descansó sirvió para que las cosas cambiarán. El Valencia no podía mantener el ritmo del primer periodo y las contras guipuzcoanas eran letales. Así llegaron el segundo y el tercero. Y el cuarto para delirio de una grada entregada, enfervorizada y satisfecha hasta decir basta. Los visitantes pusieron el 3-2 antes que Imanol volviera a demostrar que es un futbolista que merece la pena y que se deja la piel a jirones. Si hace una semana le mandaba de vacaciones al Caribe, hoy le busco puesto en los fiordos noruegos para que se encuentre con los vikingos, guerreros como él.

Así las cosas, los nuestros no hicieron ascos a la noche. No se sintieron extraños. Antes bien, sumaron los puntos para apuntalar la clasificación y sentir más cerca el objetivo.

APUNTE: No fue de noche, pero sí a media tarde cuando una final de pelota que apuntaba a hermosa se rompió por la grave lesión de un pelotari ejemplar al que aprecio y tengo en mucha estima. Pablo Berasaluze, su compañero Albisu, ni ningún deportista, merecían un paisaje tan desolador y deprimente. Hay una pareja que gana y otra que no puede competir. En medio, muchas horas de esfuerzo sin premio, pero con respeto y reconocimiento a una carrera que el tiempo valorará en su justa medida. Como Kobe Bryant, otro grande, rotura del talón de Aquiles. ¡Ánimo, Pablo!.

 

 

 

 

Iñaki de Mujika