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¡Klopp, qué grande eres!

Disfruté tanto con la final de Champions que me fastidió bastante el gol de Robben. Quería prórroga. Anhelaba ciento veinte minutos y penaltys fatídicos. Un partido de semejante nivel no se ve todos los días. Un árbitro que pase por alto algunas milongas y deje que sean los jugadores quienes resuelvan la disputa, tampoco. Si añadimos el fervor de dos aficiones increíbles, será fácil comprender que el espectáculo era indescriptible. Incluso, la ceremonia inaugural nos enseñó guerreros con escudo y espada, algo así como una premonición de lo que esperaba.

El partido fue ejemplar y nos queda mucho que aprender. Los dos equipos alemanes han abierto la puerta a un nuevo escenario en el que se ataca y defiende con una condición física extraordinaria. Poco tiempo para la especulación y mucho para el juego creativo, el buen pase y el remate permanente. Entre ambos, más de treinta disparos a puerta, muchos entre los tres palos. Datos enriquecedores para los analistas y técnicos. No es casualidad que en la final hayan convivido dos estilos que se parecen y difieren.

Lo mismo que los entrenadores. Heynckes y Klopp son una especie de alfa y omega. Uno, que termina feliz y contento en la ola del éxito. El otro, que se consagra como uno de los más grandes. Hace tiempo que le sigo. Al principio, me sorprendía la gestión del grupo y de los partidos, Más tarde, la propuesta futbolística. Luego, la ansiedad por descubrirle, leerle y entenderle. ¡Admiro sus muchas capacidades, lo que hace, lo que dice, y cómo se comporta ante los éxitos y las adversidades. Pedazo de entrenador!.

Con el buche lleno de tan buen menú, tocaba de nuevo sentarse al banquete menos relajado que de víspera. Ahora la afición era una direccional, txuri urdin en tecnicolor. El objetivo era, y sigue siendo, alcanzar un puesto que nos lleve a la más alta competición, precisamente de esa con la que he iniciado el comentario y en la que juegan los más grandes. Para ello era obligatorio ganar y seguir esperando. Dos equipos frente a frente, dos realidades bien distintas, y dos entrenadores muy diferentes. Ninguno de ellos se sentará en estos banquillos el próximo ejercicio.

Había dicho Montanier que el Real Madrid era más peligroso sin nada que jugarse y con jugadores ausentes. Había dicho Markel Bergara que si Ronaldo no venía, mejor. Al final, los madrileños dejaron en casa a Casillas, Ramos, Coentrao, Varane, Xabi Alonso y Ronaldo que, aunque viajó, fue el descartado por sus problemas de espalda. Con el reglamento del año anterior y no de éste, se hubiera quedado sin venir cumpliendo sanción, lo mismo que su técnico.

Entre las cosas buenas que hoy tiene la Real es el descaro, la convicción de poder afrontar los partidos de frente, mirando a los ojos al enemigo. No hace mucho tiempo, estos encuentros eran, con perdón, de mear y no echar gota. Es decir, de abrir paréntesis, jugar y perder de goleada, y cerrar paréntesis. Ahora, no. El grupo ha crecido tanto en madurez y en seguridad que va de cara aunque se la partan. Ayer, con el objetivo al alcance de la mano, no quedaba otra. Y todo fue difícil desde el principio. El rigor defensivo de otras veces no lo fue tanto y el cuadro de Mou se puso pronto por delante.

Otro equipo y en otras circunstancias hubiera bajado los brazos, pero los realistas siguieron convencidos. Crearon ocasiones suficientes para, cuando menos, llegar al vestuario empatando. Las paradas de Diego López, la ansiedad de los delanteros y algún remate despistado lo impidieron. Algo pasó en el descanso, porque las imágenes de televisión nos enseñaron el rostro del entrenador francés bostezando, al tiempo que el equipo parecía dormido, sin fuelle y atolondrado. El Madrid se aprovechó para ampliar su ventaja y cubrir de desánimo la abarrotada grada de Anoeta. Sabemos de sobre que este equipo es de impactos. Unas manos de Khedira pusieron el balón a once metros de distancia de la meta merengue.

Xabi Prieto transformaba la oportunidad del penalty y tocaba al mismo tiempo trompeta como en las películas en las que aparecía “El séptimo de caballería”.  El cornetín de Griezmann sonó por fin y las tablas se instalaron en el tanteador del estadio. Los esfuerzos se pagan y los errores ante equipos de semejante nivel, también. El Madrid no vino a pasearse por La Concha y aprovechó la oportunidad que le brindó la falta de tensión defensiva. La grada enmudeció pero reaccionó de inmediato y volvió a aparecer ese chico al que cariñosamente llamo “el titán de Lodosa”. El jabato centró, Agirretxe la puso y el capitán entrando de atrás metió balón, portero, medias y calcetines en medio del delirio. Empate de corazón, que pudo ser victoria si no media una tarde para enmarcar del portero visitante.

Llegamos al final, pendientes de un hilo. Obligados a ganar en La Coruña y esperar que no lo haga el Valencia en Sevilla. Los gallegos se juegan la categoría y los andaluces, por ahora, nada, a la espera de lo que diga el TAS respecto del Málaga y la UEFA del Rayo. En menos de veinticuatro horas, dos partidos, cuatro equipos, decenas de sensaciones y mundos maravillosos en torno a los colores de cada conjunto y la gestión de los grupos y sus emociones. Grandes, como Klopp, ese entrenador con gafas que hace años me cautivó como técnico.

 

 

 

 

Iñaki de Mujika