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Travesuras

Los niños de los demás me encantan. Sólo un ratito, porque a la postre te agotan y uno no está para mucho desgaste. Son imparables y a veces no tienen una idea sana. Llevo varios días detrás de pillar a un chaval que le ha dado por tocar el timbre de casa. Lo hace y sale a la carrera como una centella, sabedor de que quien le puede perseguir no le coge ni en cohete. Cuando abro la puerta ya está lejos y a carcajadas, por no decir descojonándose. No soy la única pieza elegida, porque a veces les he pescado en otros portales cercanos. Menos mal que han empezado las ikastolas y todo volverá más o menos a su ser.

Trataba de recordar cómo éramos nosotros a su edad y que barrabasadas hacíamos. Y reconozco que éramos un poco más cabroncetes. Cuando pillábamos un balde de plástico, lo llenábamos de agua y lo colocábamos medio inclinado en la puerta de una casa. Era cuestión de tocar el timbre y volar escaleras abajo. La señora tardaba en abrir la puerta un tiempo suficiente que nos facilitaba la huída. Era cuestión de imaginarse el momento en el que el balde vertía todo su contenido en cuanto se descorría la cancela.

Recuerdo que una vez nos pasamos la tarde entera llamando a una puerta. Sucedía en la irundarra calle Jesús. Desde la casa de uno de los amigos de la cuadrilla, agachados en el balcón del primer piso, tendimos una cuerda a la aldaba del bajo de enfrente. Era una especie de pita trasparente, invisible en una tarde de sol.  ¡Toc, toc!, la señora mayor abría y obviamente no había nadie. Así una tras otra. ¡Toc, toc! y salía y salía y nada. Dejaba la puerta entreabierta para sorprender, pero ni sombras cuando salía con la escoba en la mano para zumbarnos. Se volvía loca. Hasta que nos cansamos o nos dieron de merendar pan con chocolate.

Otro de nuestros placeres favoritos era entrar en un portal y cambiar de sitio todas las tarjetas de visita de los buzones. Las cartas, que entonces se repartían muchas, terminaban en casas diferentes y los vecinos si nos cogen nos matan. Tenían un follón de campeonato, tarumbas, volviendo a poner los nombres en su sitio y la correspondencia a quien pertenecía. No hacía falta que fuera el día de Inocentes para desarrollar el ingenio y decidir. No pensábamos en otra cosa. Ni play, ni nada similar con lo que perder la relación con los demás y las ideas aunque fueran traviesas.

En el colegio también hacíamos muchas. Entre otras pintar la esquina de una mesa con bien de tiza mientras duraba el recreo. A la vuelta del mismo, el religioso con sotana negra que impartía Ciencias Naturales, en algún momento de la clase solía por costumbre restregarse  “aquello” con la madera.  Impactaba verle después en el encerado con la raya en su sitio bien marcada y con risitas por bajines.

Ese espíritu no se pierde con el tiempo. Ya de mayor, en la boda de un conocido deportista, en el hotel en que celebramos la cuchipanda y ellos iban a pasar la noche, rogamos y conseguimos que nos dejaran entran en la habitación nupcial que ya había dispuesto la cubitera con el champán y las copas. A toda velocidad hicimos una estupenda petaca, además de meter entre las sábanas todas las perchas del armario. Tirarse sobre el colchón nada más llegar y clavarse las maderas…era la primera de las consecuencias. Luego, la segunda al intentar meterse dentro y no poder.

Los vestuarios de los equipos de fútbol constituyen mundos estupendos para el desarrollo de estas y otras ideas con las que entretenerse y superar los momentos de tedio y aburrimiento. Siempre lo mismo: entrenamientos, partidos, concentraciones, vídeos, charlas técnicas, viajes…esperando los momentos estelares para escapar de la rutina. El partido de ayer en Valencia parecía más de esto último que de lo otro. Quien más quien menos mira al martes, atentos al Shakthar y al debut continental de Champions. Por mucho que digan y declaren, la cabeza está en otro sitio y el fútbol también.

Esas son las travesuras de los equipos. Los seguidores, la prensa, posiblemente los directivos, imaginan paisajes diferentes, pero cuando ves de frente a un equipo como el Levante que sale en casa con más precauciones que una pareja de novios en su primer “xirrikeri”, sabes lo que hay. Defensas, pivotes y una idea general de contención a la espera de acontecimientos. Con ese paisaje la Real amagó, pero no dio. Nos dormimos todos, incluso Seferovic bostezaba en el banquillo cuando una cámara, aburrida como el resto del mundo, les apuntó y nos enseñó la glotis del bosnio.

Caparrós entendió tras el descanso que algo debía hacer en otra dirección y dio entrada a dos chicos de esos de mirar para adelante. Puso a Baba apuntando a Bravo y el chileno le paró dos o tres balones que olían a gol que apestaba. Salvado el tirón, volvimos a las andadas hasta que entró en el campo el bollo suizo. Haris jaleó una jugada de paredes que terminó con tres remates que nos hicieron creer en una reacción. Falsa alarma. Aquello fue una travesura delante de Keylor,

El miedo a perder y dar un punto por bueno suelen alinearse en situaciones parecidas a ésta. Nos pasó en Elche y se ha repetido ahora. En la cercana lontananza se atisbaba un partido de ringorrango. Entonces era el Olympique, ahora los ucranios. Suponemos que ante el Shakthar habrá un puntito más de agresividad y compromiso con el buen juego y el remate.

 

 

 

Iñaki de Mujika